El jardín del diablo. Entrevista a Iván Repila

el jardin del diabloComparto la entrevista que me concedió el escritor Iván Repila (Bilbao, 1978), a quien no solo conocí en persona, en Valencia, años atrás. También he tenido la oportunidad de entrevistarle en más de una ocasión, por lo que le estoy muy agradecido y en deuda. Repila es escritor, editor y gestor cultural. Ha trabajado para diversos organismos e instituciones nacionales e internacionales en la producción, coordinación y dirección de congresos, encuentros y festivales de teatro, música y danza. Es autor de las novelas Una comedia canalla, El niño que robó el caballo de Atila, Prólogo para una guerra y El aliado. En esta ocasión, le entrevisto por su última novela El jardín del diablo (Seix Barral).

P.: Sin duda, además de la historia, de la trama y los personajes que la viven, descubrimos nuevamente en esta novela, una riqueza deliciosa en el lenguaje, incluso hay algunas partes con una grafía singular. ¿Dónde habita el estilo narrativo a la hora de plantear una narración que queremos que llegue al mayor número de lectores?

R.: Esto es un tema complejo, al menos para mí. Soy consciente de que este tipo de prosa poética, más todavía si, como es el caso, pretende jugar con ideas metafóricas coherentes con el origen natural del narrador (un jardín utópico, alejado de casi cualquier constructo sociocultural contemporáneo), basadas en la pura convivencia natural interespecífica (es decir: para describir a alguien alto y delgado el narrador puede aludir a un espárrago maduro, pero no sería lógico que mencionara la chimenea de una hidroeléctrica) puede resultar intensa, o asfixiante, o dislocada para «el mayor número de lectores», como tú señalas. Pero cada texto, cada obra, solicita una serie de recursos o planteamientos narrativos que sintonicen con la idea subyacente, la intención y la realidad de quien narra, y esto, para mí, no es negociable. Asumo, por tanto, que mis libros no estén escritos con el objetivo de alcanzar una audiencia absoluta, aunque esto limite su número: el lenguaje lo impone el propio texto, la voz, la propuesta.

P.: Quizás te sorprenda si te pregunto por los insectos en general y por las hormigas en particular a la luz de la historia de El jardín del diablo.

R.: No diría que es una sorpresa, claro. Me fascinan y me interesan los insectos desde hace años, y las hormigas, de entre los insectos sociales, en particular. En mi casa, en mi familia, se respetan todos los seres vivos, cuales sean, y los observamos con atención y curiosidad. Las hormigas son una presencia constante en la vida cotidiana de los seres humanos, y la mayor parte de la gente apenas sabe nada de ellas, o solo concibe clichés como que «son muy trabajadoras». Desde luego, son mucho más que eso. En la novela hablo del buche social (que casi todas las especies tienen, aunque no todas) y eso es una parte central de los planteamientos teóricos que quería trasladar. Imaginar un escenario imposible donde los seres humanos contáramos con un órgano semejante me parece una idea deslumbrante.

P.: Además de las metáforas como auténticas madreselvas enraizando en la narración, hallamos simbolismos. Uno de ellos, por si nos lo quieres comentar al hilo de los recursos narrativos empleados, es la escena donde la comida es simbólica e, incluso, un bocado de carne parte del motivo de que el protagonista recorriese su particular camino.

R.: Para mí la utopía solo puede ser vegana, o vegetariana, si pudiéramos construir una sociedad de consumo que respetara los tiempos, los ciclos y las vidas de todos los seres no humanos. Por supuesto que la comida es importante, pero no es lo único: se trata de comprender que compartimos el planeta una variedad de especies casi infinitas y que la única manera de sostener la existencia de todos nosotros (y cuando digo «nosotros» hablo, en efecto, de todos: los humanos, los animales, las plantas y las especies que se mueven en lugares intermedios, como los hongos) es cuidarnos, respetarnos y admirarnos de nuestra singularidad. Esto obliga a plantear una mirada arriesgada, que es la de que una abeja, un cocodrilo, un roble y yo estamos, literalmente, al mismo nivel de derechos. Si lo dices en voz alta, la reacción no suele ser muy considerada.

P.: Uno de los conceptos que discurren entre las páginas de El jardín del diablo es el del respeto, la sinceridad y lo auténtico. En una sociedad actual enferma de hipocresía, maledicencia y fakes news sorprende acaso leer de Volva la siguiente frase: «Porque a veces, mi búfala, decir la verdad es mover la tierra mala de un lugar a otro, solo eso, y debemos saber cuánto lastre podemos permitirnos». ¿Nos la comentas?

R.: Supongo que decir la verdad no es lo mismo que ser honesto.

El jardín del diablo. Iván Repila. Seix Barral.

Te puede interesar:

El aliado. Iván Repila

El niño que robó el caballo de Atila. Iván Repila

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *