La nueva película de Michael Haneke viene con el aval de la palma de oro de Cannes del pasado año así como de los Premios del Cine Europeo, donde obtuvo cuatro galardones (película, director, actor y actriz). La película nos muestra una historia sobrecogedora sobre la muerte, el amor y la vejez.
Cuando uno se enfrenta a una nueva película de Michael Haneke, tiene que estar preparado para que lo agarren por dentro los personajes y las situaciones que habitan sus creaciones. En todas las producciones del director austriaco parece cernirse una amenaza sobre sus protagonistas, una amenaza que viene desde dentro de ellos mismos o desde otros, pero que los acaba convirtiendo a todos inevitablemente en víctimas. Esa sensación de amenaza se convertía en un ente en sí mismo, que alteraba la vida de una familia acomodada, en las reseñables Funny Games (1997) y Caché (2005); o la de todo un pueblo en La Cinta Blanca (2009) cumbre, si se nos permite decirlo, de toda su carrera. Sabes, antes de que nada raro ocurra, que la amenaza se cierne por como Haneke muestra la cotidianeidad de una manera aséptica, distanciada, la cual provoca intencionadamente la incomodidad del espectador. Cuando se hace visible la amenaza -y suele hacerlo mediante estallidos de violencia que no dejan indiferente- es entonces cuando todo lo visto empieza a cobrar sentido y las críticas o reflexiones que albergan sus películas comienzan a formarse en el espectador.
Amor (2012) entronca con todo lo expuesto. Aquí la amenaza que se cierne sobre el matrimonio protagonista no es otra que la muerte, pero no una muerte repentina o causada por agentes externos, sino la muerte que nos espera al final de una larga vida, y que llega paso a paso en un camino sin retorno.
La pareja protagonista de Amor es un matrimonio parisino de clase acomodada. De la noche a la mañana, y en un pequeño gesto, su establecida vida cambia y la degeneración del estado de salud de la esposa, esa increíble Emmanuelle Riva, comienza. Desde entonces asistimos a un espectáculo incómodo, terrible, angustioso que no es otro que el espectáculo de la muerte.
Haneke nos limita en el espacio al piso del matrimonio y prescinde de banda sonora en este viaje, en el que la esposa va desapareciendo y el esposo emprende la aceptación de lo inexorable. Haneke no cae en sentimentalismos para la travesía y nos entrega una visión de lo que hay al final del camino, para la mayoría de las personas en países desarrollados con alta esperanza de vida, aunque no queramos pensar en ello. Para evitar que el espectador confíe inútilmente en una recuperación, y asista a lo inevitable desde su butaca, Haneke comienza el film con la propia Anne (Emmanuelle Riva) descubierta muerta en su propia cama por un equipo de bomberos. No hay esperanza.
El amor en Amor surge en la aceptación de la caída, del final, de la mitigación de la agonía por parte del esposo hacia su amada. Lo que deja el conjunto es una película sobresaliente pero terrible, de amplio alcance porque es universal, y que madura en el espectador remitiendo al propio título, una vez se sale de la sala.