Pony Bravo colgó el “no hay entradas” en la Sala Sol, algo nada usual para grupos que no siguen las reglas de la industria musical y autoeditan sus propios trabajos (desde su sello El Rancho).
El goteo constante de gente nerviosa buscando entradas en la puerta evidenciaba la expectación que han creado estos sevillanos. Ser portada de la Mondosonoro ayuda en popularidad, pero traer una propuesta musical original y bien realizada es lo que realmente les está haciendo estar donde están (y la cosa parece que puede seguir mejorando porque tienen una gira llena de conciertos hasta Octubre).
El concierto comenzó con los riffs de «La voz del hacha», metiendo ya al público de lleno en su viaje psicodélico e irónico («que bonito está el monte apagando la luz del coche»). Y prosiguió siempre en torno a la voz de Daniel Alonso, como si aquello fuera una cofradía andaluza, con canciones como «Piloto automático» o «Ninja de fuego», su particular homenaje al clásico de Manolo Caracol. Una continua mezcla de las canciones de su primer trabajo «Si bajo de espaldas no me da miedo (y otras historias)», con el más reciente «Un gramo de fe».
Cambio constante de instrumentos. Javier Ribera pasaba de la batería a la guitarra, ahora el bajo (aunque en realidad es pianista y es precisamente esto lo único que no toca en Pony Bravo) y viceversa. Mezcla de ritmos reggae, funk, blues, evidente psicodelia setentera («Noche de setas») y rock andaluz. Mezcla de inglés y castellano. Mezcla de Michael Jackson con una virgen, como ejemplo de los carteles que diseña el propio Daniel. Mezcla de canción protesta irónica («has invertido muy bien» de «Super-Broker») con abiertas canciones de amor. Toda esta mezcla hace que sea difícil sacarles el parecido, no son un refrito más imitando a grupos anglosajones. Pony Bravo son un grupo de esos que han conseguido su propio sonido.
La experiencia que acumulan permite a estos sevillanos mantener un directo contundente, donde el público disfruta tanto como ellos. Pablo Peña no dejó de moverse sobre el escenario según fuese el turno del instrumento a tocar: teclado, batería o guitarra.
La instrumental «Fullero» resonaba al estilo Fiera, proyecto paralelo de esta cofradía ecléctica donde una paella y una aspiradora son instrumentos tan necesarios como el bajo. Pero esto es harina de otro costal (del costal de al lado, pero otro).
Un par de bises con «El campo fui yo» y «Trinchera», y un concierto cerrado. Si hace unos meses aparecían dos chicas disfrazadas de cowboy con fregonas haciendo de pony en un concierto en Barcelona, en la sala Sol había cientos de brazos en alto con ganas de más. Expectaciones más que cubiertas.
La sorpresa de la noche vino con los teloneros Ginferno, un viejo grupo madrileño que muchos de los asistentes a la sala Sol consideraría ya disuelto y otros tantos que debía tratarse de otra formación con el mismo nombre, porque la última vez que supieron algo de ellos no tenían ni cantante ni saxofonista. La frialdad del principio, debida a un público que no sabía muy bien a quien escuchaba, pasó a ser el motivo por el que todo el mundo se movía. Porque con Ginferno estarse quieto es difícil (si es que se tiene sangre en las venas).
El grupo ha vuelto con fuerza y nuevo cantante, Kim Warsen, que suena como cien cuchillos desafilados arrastrados por el suelo. Desgarro. Como tomarse un Gintonic en el infierno: divertido, peligroso y desconcertante. Riffs limpios y directos de guitarra a manos de Daniel Fletcher (escúchese «Alhambra Toy Store»). Un contrabajo que te coge del cuello y no te suelta: Javier Díez-Ena, el también bajista de Dead Capo. Y la rodaja de limón que da el toque al Gintonic: el saxofonista Dani el Niño (la grande «Telescopic Eye»). Calipso-rock experimental cargado de cambios de ritmo. En abril saldrá a la venta «Mondo Totale», el trabajo que sigue a su primer largo «Ginferno» (2004), con canciones inéditas grabadas ya en 2005 y 2008. Una sorpresa para muchos de los presentes. ¡Salud!
GLORIA MARCH CHULVI
Estos Pony Bravo son la leche y el concierto más aún