Antonio Iturbe (Zaragoza, 1967) actualmente es director de la revista Librújula, colaborador en Cultura/s, El País, Heraldo de Aragón y Mercurio, e imparte clases en la Universitat de Barcelona y en la Universidad Autónoma de Madrid.
Le entrevistamos tras recibir el premio Bibloteca Breve 2017 por su novela ‘A cielo abierto’ (Seix Barral). Ha publicado las novelas Rectos torcidos (2005), Días de sal (2008) y La bibliotecaria de Auschwitz (2012), ganadora del Premio Troa «Libros con valores» y publicada en once países. Es autor de la serie de libros infantiles Los casos del Inspector Cito, traducida a seis lenguas y de la serie La Isla de Susú. Como periodista cultural, ha trabajado en El Periódico, en Fantastic Magazine y en Qué Leer, revista de la que fue director durante los últimos siete, y ha colaborado en radio y en publicaciones como Fotogramas o Avui.
¿Cómo se planteó una novela con tanta aventura en el aire, en la cabina de un avión, sin haber pilotado una aeronave?
Yo he vivido muchas aventuras aéreas leyendo, yo soy un piloto de sofá que me han gustado mucho las historias de pilotaje; yo he volado mucho desde el salón de casa, pero sí que es verdad que llegó un momento en el que me planteé que para escribir un libro así tenía que experimentar como mínimo un poco sensaciones, un poco notar la vibración del momento y, bueno, aunque yo tengo un poco de vértigo y soy poco amigo de volar, pensé que debía hacerlo. Busqué y encontré una fundación que tiene en uso tres aparatos Bücker de los años 30, me hice socio de esta fundación aérea y volé en uno de esos aparatos y pude experimentar. Podría decirse que piloté durante dos minutos, el piloto iba atrás, son estos aparatos descabinados en los que va uno delante y uno detrás, me dijo por los cascos: ‘toma el mando’, que es una palanca, una palanca muy básica, y fue una experiencia estupenda, aviones muy ligeros, tocabas la palanca y el avión se ladeaba enseguida, prácticamente se mecían con las corrientes de aire, era como una cometa. Fue una experiencia bonita, muy corta, por mi cobardía no creo que repita muchos más vuelos, pero sí que creo que fue importante para escribir la novela.
En el tiempo que estuvo construyendo esta novela seguro que hubo momentos de luz y de desanimo, de dudas, en eso quizá se parezca a su tocayo y protagonista de ‘A cielo abierto’, ¿qué más comparte con Antoine de Saint-Exupèry?
Esa para empezar, el tema de la duda, de la incertidumbre, efectivamente; al cabo de los años si sigues escribiendo te planteas si vas bien, si no vas bien, si tiene sentido, después comparto también el sentido que él tiene de mirar las cosas, que se trasluce en sus libros, ese sentido en el cual él quiere la literatura para contar historias y para que nos preguntemos cuál es nuestro lugar en el mundo y, sobre todo, nuestro lugar en el mundo respecto a los demás, cómo nos relacionamos con los demás, como son los hilos que tendemos, esa idea suya que me gusta mucho de que al final el mundo es un nudo de relaciones, de que nosotros al final somos hilos y, al final, lo que importa es como cosemos ese tapiz entre todos, ese sentido humanista de Saint-Exupèry me interesa mucho.
En los protagonistas vemos que existe una tierna dualidad: cuando están en el aire respecto a cuándo lo están en tierra; quizá sea otro paralelismo con los escritores: cuando están escribiendo y cuando no, hasta que alzan el vuelo con el siguiente libro…
Bueno, si desde luego, las personas somos múltiples y no somos de una sola pieza, no somos de bronce, tenemos contradicciones, tenemos momentos, igual que Saint-Exupèry efectivamente, podía ser por un lado un piloto muy aguerrido, valiente, alguien que se sube a esos aviones de papel de la época, y luego alguien muy frágil interiormente, alguien también muy poético y con un sentido casi místico de la humanidad, pero cuando ponía un pie en el suelo le encantaba beber champan, comer ostras y se subía a una mesa a cantar la Marsellesa, era muy noctámbulo y muy despilfarrador. Todos estamos hechos de muchas cosas y el escritor, naturalmente también, tienes tu momento de trascendencia cuando te pones detrás del ordenador, en tu mesa, y te pones a escribir, y luego no dejas de ser una persona con tus defectos, mundana, que a veces te tienta quedarte a ver el partido de fútbol del Barça en vez de ponerte a escribir y, bueno, uno es así siempre, poliédrico entre el cielo y el suelo.