Entrevista a Fernando Fabiani

Se abre el telón y se ve sobre el escenario a Fernando Fabiani (Sevilla, 1975) con su bata de doctor y un segundo libro divertidísimo en la mano. No. No se cierra el telón, en este caso, porque el doctor Fabiani me concede una divertida entrevista al hilo de «Vengo de urgencias» (Aguilar). Repite éxito tras su anterior «Vengo sin cita» (Aguilar). También en este el protagonista de las historias que van apareciendo es su alter ego Teodoro Jarcia, un médico de familia sufridor de cuantos contratiempos se puede uno imaginar (y vivir) a diario en las urgencias hospitalarias. Fabiani tiene muchas tablas en esto de las artes escénicas, en carne propia, queremos decir. No en vano ha sido un apasionado del teatro desde su juventud. Se inició en el mundillo en la escuela de teatro de los Padres Blancos. Más tarde y con la colaboración de José Luis Losa fundó la compañía EdeTeatro. Es director de Síndrome Clown, con la que ganó el Premio del Público al Mejor Espectáculo del FeSt con la obra «Mejor… es posible».

P.: Creo que hay algo de reivindicación soslayada en este ‘Vengo de urgencias’, ¿no es así?

R.: ¿Soslayada? Yo creo que es bastante directa. ¿No? (Ríe).

P.: Leemos que la realidad del médico (residente) español es que un tercio de su sueldo sea debido a las horas de guardia. O que no debería ser admisible que se ‘obligue a los sanitarios a seguir trabajando tras hacer una guardia’.

R.: Efectivamente, en nuestro país, el sueldo de médicos y enfermeros depende en un tercio de la realización de guardias. Y no es porque las guardias se paguen “bien”. Con los residentes no es diferente. Así que me reafirmo, la realidad es que las guardias se hacen siempre por obligación (impuesta por tu jefe, tu contrato… o tu hipoteca). Lo de que aún hoy existan profesionales sanitarios que tras una noche de guardia no tengan derecho al descanso y tengan que seguir con su jornada laboral no parece ni razonable ni seguro para los pacientes… Con los transportistas lo tenemos claro. Superar un número de horas al volante es peligroso y está prohibido. No sé por qué no ocurre igual con los sanitarios. Yo no querría que me atendiera una persona agotada y sin dormir.

P.: ‘Después de 21 horas seguidas no estás para exquisiteces’, observamos en una de las muchas notas a pie; esta es acerca de que cuando se comparte cama (cama caliente) con una compañera de urgencias, es ‘solo’ cama para dormir, no para nada… íntimo. Explíquelo para los más curiosos.

R.: Tal cual. En mis guardias de residente, dormía en una ‘cama caliente’ pero por algo muy alejado de “Anatomía de Grey”. Lo de caliente se refiere a que eran rotatorias. Los mínimos turnos de descanso nocturno, que eran en el mejor de los casos de tres horas de sueño después de 21 horas de trabajo continuado, eran en la misma cama que tu compañero/a había usado en las tres horas previas… Yo prefería las de las compañeras. Cuestión de gustos. Así que, sí, compartí sábanas con compañeras de guardia pero no de forma simultánea. Poco divertido, la verdad.

P.: En el libro encontramos unas cuantas rimas, algunas con más gracia que otras (cuestión de gustos, es cierto); ¿cómo se le ocurrió esto de los ripios y por qué rimar al final de los capítulos?

R.: Las rimas no pretenden hacer reir y, como se puede adivinar, tampoco tienen ninguna pretensión poética. Son efectivamente unos sencillos ripios (he pasado muchos años encima de un escenario con los versos de Zorrilla y de Muñoz Seca así que lo de los ripios me viene de lejos) que se me ocurrieron como un recurso más (empezaron en twitter como #rimasalud), otro diferente, para dar mensajes breves sobre salud y que podía ser un pequeño broche al capítulo. Si alguna además es divertida, ¡estupendo!.

P.: Y donde dije rimas, no digo Diego…, sino que también encontramos frases ‘dichas’ por los pacientes, @dijoelpaciente, recogidas también casi como un manual de campo de curiosidades sociológicas retratándonos al ir de urgencias, ¿no es así?

R.: Las frases textuales de los pacientes, unas en urgencias y otras en la consulta diaria, son un imprescindible en los dos libros. Son, sobretodo, un reflejo de la riqueza de nuestro lenguaje ¡qué metáforas! (“Tengo el cuello como un conejo mal matado”), de nuestras ocurrencias ¡qué expresiones! (“Yo moriré con la cara pintada”) y resultan unas veces tiernas (“Doctor, déjeme bien, que me he quedado viudo hace poco”) y otras provocadoras de carcajadas (“Yo me peso los pechos en la Thermomix”).

P.: ‘Automedicarse es bueno –leemos en el capítulo dedicado a este tema–, y no solo eso: también es necesario’. ¿No es un poco arriesgado teniendo en cuenta lo mal que usamos los españoles los antibióticos, lo que nos gusta guardar pastillas en los botiquines caseros y hacer de médicos para otros: vecinos, amigos, etc.? ¿No puede provocar más gente acudiendo a urgencias, pero esta vez de verdad?

R.: Ahora mismo uno de los motivos del exceso de consultas médicas, sean o no de urgencias, es la pérdida del autocuidado. Si queremos que un profesional sanitario resuelva cualquier pequeña duda de salud o nos trate cualquier leve síntoma esto será insostenible. Tenemos que recuperar el equiibro y el sentido común. Nuestras abuelas lo hacían, por cierto. ¿Automedicarse? Sí, claro. Debemos automedicarnos en ese dolor de cabeza habitual, cuando un año más empiezo a notar de nuevo los síntomas de la alergia, cuando el niño tiene unas décimas de fiebre, si me levanto y me duele un poco la espalda… Lo que no podemos es confudirlo con tomarnos antibióticos sin consultar, o tomarnos las pastillas que nos ha recomendado la vecina, el frutero o la señora del kiosko. En el equilibrio, está la virtud. Y me resisto a pensar que no sepamos encontrar la diferencia.

Vengo de Urgencias, de Fernando Fabiani. Editorial Aguilar. ISBN: 978-84-03519-09-1

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