Kintsukoroi, entrevista a Tomás Navarro

Tomás NavarroTomás Navarro reparte su tiempo entre la escritura técnica y de novela, la formación, la consultoría, las conferencias y los procesos de asesoramiento y coaching personal y profesional. Empezó trabajando con niños en un hospital, desde una perspectiva clínica y educativa. Más tarde decidió dar un giro a su carrera profesional y se dedicó a ayudar a las personas a trabajar y vivir más felices. Fundó así una consultoría especializada y años más tarde un centro de bienestar emocional con el mismo objetivo. Le entrevisto tras publicar el libro ‘Kintsukoroi’, el segundo tras ‘Fortaleza emocional’ (2015) ambos en Zenith.

 En la introducción de ‘Kintsukoroi’ leemos que los casos y situaciones incluidos, recopiladas en su práctica laboral, pretenden ser una guía para que nos ayude a nosotros mismos, si nos encontramos en esta tesitura, o si queremos ayudar a otros a recomponer su vida. Quizá sea más fácil poder ayudar a otros, tomar perspectiva, que aplicarse uno mismo estos consejos sobre todo si uno está de lleno en la difícil situación de recomponerse, ¿me equivoco?

En absoluto, tienes toda la razón. ¿Cuántas personas conocemos que ayudan a sus amigos, pero que son incapaces de ayudarse a ellos mismos? La clave está en la perspectiva, siempre, sin duda. El problema es que cuando estamos sufriendo, cuando estamos en plena guerra, la activación emocional es tan fuerte en forma de miedo, ansiedad, dolor, etcétera, que se hace muy difícil ver las cosas claras, o por lo menos, con cierta perspectiva.

No obstante, la buena noticia es que podemos recuperar la perspectiva en cualquier momento, eso sí, no sin esfuerzo. Existen algunos recursos para recuperar la tan preciada perspectiva. Uno por ejemplo, es comunicarte y hablar con otras personas. Una de las principales funciones de la tristeza es la de generar empatía en las personas que tienes cerca para poder así, contar con su ayuda, con su punto de vista, en definitiva, con su perspectiva.

Otro de los recursos de los que disponemos es el de tomar cierta distancia ayudándonos de un recurso tan efectivo como sencillo: la actividad física en el medio natural. Hay paseos por la playa que han salvado vidas, excursiones por un valle, ascensiones a montañas o paseos por el parque que han dado más perspectiva que determinados profesionales de la salud.

Sal, sal a pasear, correr, pedalear o nadar. Cánsate, agótate, deja toda tu rabia y tu ira en el camino. Pasea, relájate, distráete y enriquece tu experiencia y verás que la inspiración en forma de perspectiva te vendrá a visitar.

Todavía existe un tercer recurso. Transciende a tu experiencia y trata de imaginarte que lo que te está pasando a ti, en realidad le está pasando a tu mejor amigo. Un amigo que está a miles de kilómetros de ti, un amigo con el que solo puedes comunicarte mediante el correo. Escríbele una carta a tu amigo explicándole todo lo que podría hacer, aconsejándole, ayudándole a interpretar lo que está viviendo y lo que está sufriendo. Cierra esa carta, ponla en un sobre y escribe en él tu propia dirección. Procede a salir de casa, comprar un sello y depositarla en el correo, para que cuando te llegue puedas leerla y recuperar esa perspectiva que has perdido.

Es importante que te la envíes. En ese momento justo no serás capaz de llevar a la práctica los consejos que acabas de escribir, pero verás que, pasados unos días, cuando te llegue la carta, tendrás una actitud más receptiva y abierta y recuperarás la perspectiva que tanto necesitas.

En su opinión, gestionar la adversidad junto al resto de fortalezas emocionales debería enseñarse en las escuelas. ¿Por qué lo cree así y a partir de qué edades tendría que incluirse este conocimiento en los planes de estudio?

Desde el primer día de escuela. Es una materia tan importante que no puede quedar relegada a la buena voluntad de un profesor. La fortaleza emocional debería enseñarse de manera sistemática en todos los colegios a todas las edades. ¿De qué nos sirve un ingeniero brillante si no es capaz de relacionarse adecuadamente con otras personas? ¿De qué nos sirve un político si no es empático y compasivo? ¿De qué nos sirve un médico si no es capaz de gestionar su ego? ¿Para qué queremos MBAs que no saben gestionar el sesgo que provoca el deseo en las decisiones que tienen que tomar? Podría seguir así un buen rato, créeme. Además, trabajar la fortaleza emocional es súper sencillo ya que se puede hacer de manera transversal con diferentes contenidos y unidades didácticas adaptadas a la edad de cada alumno.

Llegará un día en el que nos daremos cuenta que tenemos que trabajar nuestras fortalezas emocionales de la misma manera que lo hacemos con las físicas. Llegará un día en el que mos daremos cuenta de que la salud emocional es tan importante como la física. Y ese día llegará cuando nos demos cuenta de que la salud mental del adulto se puede empezar a trabajar en el colegio. Si todavía albergas alguna duda de la importancia que tiene, trata de imaginarte cómo hubiera sido tu vida si te hubieran enseñado a amar, o a tomar decisiones, o a analizar a las personas, o tener una buena autoestima…

Leo también en Kintsukoroi que a menudo tratamos de tapar el dolor con medicación o autoengaños, ¿cree que se dispensan demasiados medicamentos para paliar enfermedades que podrían curarse acudiendo a especialistas en psicoterapia? ¿Se abusa de la farmacología?

La medicación en sí misma no es buena o mala. Una medicación bien indicada, monitorizada y con una dosis adecuada te puede permitir trabajar muchas cosas a nivel psicológico. A veces necesitamos remontar una situación, controlar unos pensamientos delirantes, equilibrar una deficiencia bioquímica transitoria o crónica o ayudar a paliar unos síntomas y no tenemos otro modo de hacerlo que con medicación.

Pero es bien cierto y frecuente, que se administra medicación sin control, sin monitorización y sin analizar la dosificación adecuada. Médicos generales cargados de buenas intenciones, presionados por un sistema que penaliza las derivaciones, sobrevalorando sus conocimientos de Psicofármacos o atreviéndose a (mal) diagnosticar trastornos mentales; dispensan cantidades ingentes de medicación que no procede, lo que supone un gran riesgo ya que el paciente se queda con la sensación de que se está tratando su problema, pero en realidad tan solo se están tratando algunas de las consecuencias de su problema, sin incidir lo más mínimo en el origen del problema.

Por ejemplo, en muchas ocasiones el médico de familia receta ansiolíticos cuando en realidad el paciente necesita aprender a tomar decisiones ya que la ansiedad que siente y padece es la consecuencia de las decisiones que toma o deja de tomar. En ocasiones un cambio de trabajo, una separación o una mudanza, son los mejores ansiolíticos del mundo.

Por otro lado, y esto lo he vivido en primera persona, el médico de cabecera, me recetó ansiolíticos y antidepresivos para relajar mi estado ‘nervioso’ que estaba provocando problemas digestivos… Problemas que no fueron otros que un virus o bacteria que me infectó en una de mis expediciones y una hernia de hiato secundaria a mis intensos entrenamientos después de haber comido durante mi juventud.

Si no llego a dedicarme a lo que me dedico, posiblemente hubiera muerto lentamente, eso sí, relajado y feliz.

Así que como conclusión dos grandes reflexiones. La primera es una llamada de atención a los profesionales de la salud, a los diagnósticos que realizan y los fármacos que recetan. La segunda, a veces hay que tomar medicación sí o sí. De la misma manera que una persona diabética necesita insulina, algunos trastornos necesitan del tratamiento con un Psicofármaco; pero para el resto de casos, nunca dejéis de incidir en el origen del trastorno, en la causa del desequilibrio, en el problema en sí mismo. No te resignes a tratar unos síntomas cuando puedes incidir en el origen de los mismos.

Quería preguntarle por una relación causal que incluye en su libro. Esa en la que nos comenta que donde hay ira hay culpabilidad, y donde hay culpabilidad, hay castigo y maltrato. Es un tema delicado, sobre todo con esas estadísticas tan terribles sobre el maltrato de género. ¿Qué se puede hacer para romper esta cadena, esta dañina interrelación?

No sabemos gestionar nuestras emociones, la ira incluida. La ira en sí misma no es mala si somos capaces de leerla y entenderla. Recuerdo un enfado monumental que tuve en una ocasión en la que mi jefe, hace muchos años, me dijo que esperaba más de mí. Me enfadé, me enfadé mucho, pero a pesar de que el origen de mi enfado fue mi jefe, él no era el responsable del mismo, sino que era yo. Mi jefe tenía razón. Podía hacerlo mejor y eso fue lo que hice. Transforme toda mi ira en energía y estuve toda la noche trabajando en el informe que me había denegado. Toda la culpa de ese enfado era mía y solo mía… Pero qué es lo que suele ocurrir, pues que en vez de gestionar adecuadamente ese enfado, solemos enfadarnos con el mensajero, es decir con mi jefe en este caso, de tal manera que él tendrá la culpa de habernos roto una idea, nuestra imagen o cualquier expectativa poco realista y, claro, de esta manera el maltrato, la agresividad y la violencia ya tienen un objetivo claro.

Enfadarse no es malo, en absoluto; explotar, culpabilizar y castigar a una persona sí que lo es. La clave está en interpretar adecuadamente ese enfado, identificando correctamente el origen del mismo e incidir de una manera constructiva en él. Los enfados suelen responder a frustraciones, desengaños y decepciones. Si aprendemos de lo ocurrido, nadie saldrá herido, al revés, tú mismo saldrás reforzado, más bello y más sabio.

Detrás de la mayor parte de enfados con nuestra pareja hay una frustración de cariz profesional, detrás de muchos enfados en el trabajo hay una insatisfacción vital, detrás de muchas conductas hostiles no hay más que inacción ante una vida que no nos gusta.

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