Este jueves 23 de julio se celebra sorpresivamente el día del libro. La fecha ordinaria para esta cita es el 23 de abril, como es sabido. Pero este año convulso nos ha deparado estos y otros renuncios y adaptaciones. Desde La Gonzo Magazine lo celebramos con esta entrevista que nos concedió el escritor Marcelo Luján. Acaba de ver publicado un libro muy especial. Un libro premiado. Un libro para brindar por los libros, la cultura, los premios y la normalidad. Con esta entrevista además os deseo a todxs un estupendo verano.
Seis relatos conforman esta antología, de los que cinco han merecido el VI Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero. ¿Por qué eligió para titularlos “La claridad”? Curiosamente el último relato, el titulado “Más oscuro que tu luz”, sí que denota esa búsqueda de claridad, de iluminación.
El título del libro es el punto de partida en esa suerte de juego que le intento plantear al lector: ciertos sucesos oscuros completamente rodeados de luz. Y es acertado lo que dices sobre el último cuento, que aparece como el más luminoso: la idea era cerrar la colección potenciando el elemento blanco que existe en toda composición negra y en casi toda composición fantástica. ‘Más oscuro que tu luz’ trabaja la variable paranormal desde el ángulo menos filoso. Me pareció interesante e inquietante abordar el amor entre madre e hija desde ese singular prisma.
El primero de los relatos de este libro, «Treinta moneda de carne», además de lo metafórico del título, incluye una frase que me gustaría que nos comentara. “Quién pudiera explicar esos extraños momentos en donde el tiempo de los relojes desaparece y solo vive y existe en la intensidad de las acciones”.
Se trata, en primera instancia, de una construcción que articula y cohesiona (a estos pasajes me refería antes con aquello del narrador como herramienta). También es una afirmación compleja desde lo existencial y un momento del relato en donde se recurre a la composición subjetiva. La idea era decir que el tiempo, a veces, se detiene (o, mejor dicho, parece detenerse). Son pequeñísimos fragmentos de nuestras vidas en donde la propia situación nos absorbe porque nos excede. Se me ocurre que en esos instantes, no tenemos casi consciencia, el mundo desaparece y la mente funciona de un modo extraño.
Háblenos a la luz de los protagonistas de estos seis relatos de esos estados fronterizos entre la lucidez y la conciencia.
Son personajes que experimentan situaciones y relaciones especiales y, en ocasiones, que exceden la explicación científica. Lo terrenal se mezcla con lo incorpóreo y, entonces, todo se modifica y todo cobra un tizne de sospecha, de incomprensión racional, de miedo en el sentido más complejo de la acepción. Sospecho que es la variable fantástica (que atraviesa todo el libro) la responsable de difuminar estas fronteras. Y aunque no sea el caso, algo parecido ocurre entre el sueño y la vigilia.
Hallamos en estos relatos distintos grados de violencia y miedos. ¿Cree que hay una definición precisa del mal o que esta varía en función de la edad o la conciencia, ya individual ya colectiva del ser humano?
El mal está en todas partes, a veces es visible, palpable, pero casi siempre se oculta y nos sorprende porque aparece en el momento menos pensado. Y esto último es lo que me interesa como narrador: ubicar la situación desgraciada, el hecho extraordinario, en un contexto de cotidianidad, incluso de placidez, donde los personajes están a gusto porque creen estar a salvo. No sé si el mal puede encasillarse en rangos de edad, tampoco sé si puede cuantificarse. La premeditación suele ser un elemento exponencial y por eso se considera que la planificación del mal es la cota más alta de la oscuridad. Auschwitz es un ejemplo de esto último. Pero también existe el daño no planificado, el que nace de la oportunidad y desde luego del azar, y esto sucede en «Treinta monedas de carne», el cuento con el que abre “La claridad”.
En uno de los relatos, en “Una mala luna”, aparece una frase que me gustaría que nos comentara. Concretamente, “Todo el mundo debería dejar de hablar de los hechos del pasado que no se pueden cambiar”.
Es una afirmación que emite un personaje asolado por el dolor de una pérdida. En ningún caso confirma que yo, Marcelo Luján, como individuo, esté de acuerdo. Soy un firme defensor de la memoria y no me gusta meter en la bolsa del olvido, por ejemplo, los hechos históricos que dañaron a nuestra sociedad. Insisto en que el personaje de ese cuento (‘Una mala luna’) lo dice dentro de un contexto puntual y desde una óptica demasiado personal. Recuerdo el momento exacto en que la escribí y recuerdo todas las vueltas que dio en mi cabeza, puesto que temía que el lector la interpretara como una afirmación mía, es decir, del sujeto de la enunciación. Solo la dice el narrador/protagonista, el sujeto del enunciado, un personaje que quiere olvidar el lado oscuro de su querida hermana.
Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) se radicó a principios de 2001 en Madrid, donde en la actualidad trabaja como coordinador de actividades culturales y talleres de creación literaria. Ha publicado los libros de cuentos Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006) y El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007). Ha publicado también libros de prosa poética Arder en el invierno y Pequeños pies ingleses, y las novelas La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009 y segunda Mención del Premio Clarín 2005), Moravia y Subsuelo (Premio Dashiell Hammett 2016, entre otros). Parte de su obra fue seleccionada en campañas de fomento a la lectura y traducida al francés, italiano, checo y búlgaro.
La claridad. Marcelo Luján. Páginas de espuma
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