Valeria Correa Fiz nació y creció en Rosario (Argentina), a orillas del río Paraná. Aunque hace más de diez años que vive en el extranjero (siempre en ciudades que empiezan rigurosamente con la letra eme: Miami, Milán, Madrid), todavía conserva el humor turbio y sedicioso que le legaron las aguas del río. Desde el año 2012 hasta la fecha, coordina los talleres de escritura creativa y traducción y los clubes de narrativa y poesía en el Instituto Cervantes de Milán, Italia. Es autora del poemario “El álbum oscuro” (I Finalista Premio de Poesía Manuel del Cabral 2015). La entrevistamos acerca de su último libro publicado de relatos “La condición animal” (Páginas de Espuma, 2016).
Ha estructurado estas doce historias agrupándolas en secciones correspondiendo a los 4 elementos de la naturaleza o del budismo temprano: Tierra, Aire, Fuego y Agua.
Creo que como consecuencia natural de la posmodernidad, el caos se asume como el nuevo modelo formal. La idea del arte como promotor del orden y de la armonía está un poco deslegitimada. Sin embargo (quizá porque soy abogada y estoy habituada a la sistematización que es propia del Derecho), sigo creyendo, como Rilke, que la creación del artista es una puesta en orden.
Mi intención fue darle al libro una estructura fuerte que condujera al lector hacia una cierta intensidad, como lo hace la música sinfónica. Y para ello, era absolutamente indispensable el orden, la armonía y la proporción. En esta concepción, cada uno de los cuentos debe funcionar de modo individual, pero también tiene que suponer un plus de emoción respecto del relato anterior y, a la vez, ser la base, el sustrato emocional del relato sucesivo.
Además de ese orden, los cuentos de La condición animal están divididos en cuatro secciones: tierra, fuego, aire, agua. Mientras buscaba un orden para el libro, reparé en que cada uno de los relatos tenía como núcleo alguno o algunos de estos elementos. Recordé, entonces, que ciertos filósofos griegos presocráticos consideraban estas sustancias como el arché, el elemento primigenio del cual estarían hechas todas las cosas del universo; se me ocurrió que yo también podía jugar con esta idea. Así concebí un orden que avanza desde lo sólido hasta llegar al agua que es, como sabemos, el principal componente del cuerpo humano.
Al final del libro confiesa que fue Clara Obligado quien de alguna manera la animó a lanzarse a la publicación, ¿podemos saber qué le preguntó Obligado en aquella pizzería milanesa hace 3 años?
Coordino un club de lectura en el Instituto Cervantes de Milán. Luego de la reunión (debatimos El libro de los viajes equivocados), Clara Obligado me dijo: “pero ¿tú escribes?”. Le dije que sí, que lo hacía para mí, porque me divertía. Y Clara contraatacó: “está muy bien, si crees que tener los cajones llenos de historias cuando tengas ochenta años te hará feliz”.
No respondí, pero al día siguiente rebusqué en mis cajones. Comencé a leer todo lo que tenía guardado y me di cuenta de que tenía un libro.
He querido ver en cierto modo hilos comunes: se nutren de recuerdos, hay algo salvaje, visceral y, quizá muy osado por mi parte, algo de los siete pecados capitales sin olvidarnos de la Muerte, así, con mayúsculas.
Lo salvaje está ya en el título que nuclea los doce relatos y remite a la génesis y naturaleza del mal. ¿El mal es una zoología errada, un recurso a la naturaleza, violaciones al código ético-normativo-moral que compartimos como sociedad? Lo visceral, en cambio, tiene que ver con una elección estética, que nace desde la dimensión ética. ¿Por qué retratar al mundo menos cruel de lo que es o de lo que yo creo que es? ¿Por qué voy a embellecerlo?
Me encanta que haya visto lo de los siete pecados capitales. El libro, que como dije es una larga interrogación acerca del mal, busca ocupar no sólo la dimensión ético-normativa sino también el campo religioso. No nos olvidemos que la Teodicea ha dado a luz a las teorías más enjundiosas sobre la naturaleza y origen del mal.
¿Tiene alguna afinidad especial por los dinosaurios, dígame si es casual que aparezcan en dos de los relatos, seguro que no es un guiño a Monterroso
Me encantan los dinosaurios, es verdad. Tengo una especie de nostalgia de lo no vivido por esos animales. Me maravillan sus dimensiones, su poder destructor. Todo lo vinculado a esa etapa histórica es, confrontado con la dimensión humana, excesivo, dionisíaco.
El pterodáctilo de La vida interior de los probadores busca encarnar la conciencia primitiva, la de los más bajos instintos. El dinosaurio de Deriva es, efectivamente, un guiño a Monterroso. De hecho, cuando el personaje del cuento, que es guionista y se llama Tito M., se despierta el Brontosaurio todavía está allí, en la escena inacabada del guion, a la espera de su destino.
He destilado de estas historias, algunas frases por si quiere comentárnoslas. ‘Nunca entendemos el dolor del otro sino en la parte que se parece al propio’ (Lo que queda en el aire).
Esta afirmación pertenece al campo empírico. Todo arte es el arte de escuchar, dice la escritora argentina Hebe Uhart. Yo he sido testigo, más de una vez, de cómo la gente interrumpe a alguien que está contando una situación dolorosa para afirmar: “sí, a mí me pasó algo similar”. Y que luego la charla derive hacia la anécdota de quien interrumpió la conversación, aunque se trata de una experiencia más liviana, menos dolorosa.
Por otra parte y más allá de la observación empírica, la empatía es una especie de ejercicio de imaginación. Y la imaginación, según la neurociencia, tiene sus límites.
‘La avaricia es la condena de este continente, reflexionó Daniel’. (Leviatán).
En mi visión política, desde la Conquista de América hasta el presente, quienes ocuparon y ocupan los espacios de poder político de Sudamérica piensan más en sus intereses económicos que en el de los países que gobiernan.
‘El horror también puede ser una costumbre’. (Criaturas).
La verdad es que me gusta confiar en la hospitalidad del azar. Me gustaría vivir más en el asombro, porque pienso que en esas fisuras de lo cotidiano se encuentra lo que vale la pena ser vivido. Pero, como todos, tengo más costumbres que asombros. Vivimos en el horror de la costumbre y en la costumbre del horror también, tolerando la injusticia, la corrupción, la pobreza y un largo etcétera de miserias.
‘Hay momentos que son puro agujero sin fondo, una fosa en las Marianas, diría Cousteau, y no se acaban nunca’. (Criaturas
Todos somos conscientes de que hay una distancia entre la palabra y el objeto nombrado. Pero hay ciertos momentos, las experiencias más dolorosas que refieren a la muerte, por ejemplo, que se acercan al campo de lo prácticamente indecible. Para esas situaciones inefables, suelo utilizar una imagen. Los elementos particulares de la imagen no pierden su carácter concreto y singular, pero a la vez expresan, por proximidad, por oposición, etc., una realidad, un desgarramiento escondidos en las palabras.
En el relato Criaturas, el personaje vive en un mundo chapoteante, infectado de anfibios, fue fanático de Jacques Cousteau y del mundo marino en su infancia y está ahora atravesando una dura crisis existencial; de ahí que, dentro de la lógica del cuento, su dolor pueda ser comparable a un agujero sin fondo, a una fosa en las Marianas.