José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) escribe novelas, casi siempre negras, artículos, críticas literarias y cinematográficas, imparte conferencias y viaja. Como articulista ha colaborado en las revistas Interviú, Penthouse, Playboy, Leer, GQ, DT, Viajes National Geographique, Nómadas y Traveler, entre otras, y en los diarios El Sol, El Observador, El Independiente y El Periódico y actualmente lo hace en los medios digitales El Cotidiano, El Destilador Cultural, Tarántula y Calibre 38. Desde hace años conduce el blog La soledad del corredor de fondo que acumula cerca de 700.000 visitas. Vive a caballo entre Barcelona y el Valle de Arán y sus libros han sido traducidos al checo, italiano y francés.
Le entrevistamos por la publicación del libro de relatos ‘Marero’ (Contrabando, 2015), encabezado por el relato homónimo que obtuvo en 2013 el prestigioso premio Ignacio Aldecoa.
¿Qué orden ha seguido a la hora de seleccionar estos relatos?
Tenía claro que “Marero” iba a abrir el libro de relatos y que “El último inquilino” lo tenía que cerrar. El primero, por su potencia; el segundo para aliviar, con una historia de vampiros, fantasmas y amores románticos, tanta violencia y crueldad vertida en los anteriores. Es un libro de relatos variopinto. Es como una especie de menú degustación literario en el que el lector va a encontrar diversos géneros con los que me siento cómodo: negro, fantástico y erótico. Y tampoco hay un orden cronológico. Hay relatos escritos hace 45 años, como “Revoloteos”, una mosca que observa un asesinato, junto a otros rabiosamente recientes.
¿Por qué ha escogido algunos relatos ya publicados y/o premiados junto con inéditos como ‘Fase Terminal’?
Cuando hago una antología propia, en este caso la quinta, el criterio que prima es dar salida y visibilidad absoluta a relatos premiados, que ya no pueden optar a ningún concurso, o publicados en antologías con otros autores. Reunirlos en un volumen era una necesidad: que no se perdieran. Algunos de estos relatos han sido publicados en volúmenes que editan instituciones públicas, pero eso tiene poco recorrido. Compilándolos llegan a un mayor número de lectores.
La ciudad de Barcelona se nombra en varios de los relatos, ¿es una ciudad que se aviene bien a argumentos y contrastes narrativos?
Barcelona es un personaje. No pasa con todas las ciudades. Viajo mucho, esa es otra de mis pasiones, y sé cuándo una ciudad es literaria o no. Munich, Bangkok, Caracas, Los Ángeles, Tijuana, Las Vegas… Las ciudades son entes vivos. La vitalidad de Barcelona me sorprende a mí mismo que, aunque nacido en Salamanca, me considero hijo de la ciudad, de uno de sus barrios con más personalidad: Gracia. Mi segunda novela se llamó “Barcelona negra”. Como toda ciudad portuaria, la Ciudad Condal ha sido, es y será escenario de narraciones de corte negrocriminal. En algunas de mis novelas, en “Te arrastrarás sobre tu vientre” o “Pubis de vello rojo”, recreo esa Barcelona cutre, a años luz de la de diseño, de ese barrio Chino que ya es historia pero que podemos revivir gracias a la literatura de Manolo Vázquez Montalbán o Francisco González Ledesma. Luego están las fronteras sociológicas de la ciudad. La Barcelona sur separada por la Diagonal de la Barcelona norte. Sur y norte. Otra de mis constantes. La frontera entre la racionalidad, norte, y la pasión, sur, localizadas en esos puntos cardinales también en el cuerpo humano. Escribí una novela ambientada en Estados Unidos y México, “La Frontera Sur”, en el que ese dato era fundamental. Quizá por eso vivo en una zona fronteriza.
Como escritor, ¿necesita un silencio absoluto? ¿Tiene algún objeto fetiche en su mesa o despacho?
Silencio absoluto y nadie a cuatrocientos metros a la redonda. Mejor de noche que de día. Elegir como lugar de residencia el Valle de Arán fue algo muy pensado. Me gusta mucho la montaña, perderme por los bosques, pero cuando lo hago estoy disfrutando y trabajando porque se me ocurren historias negras que suceden en el ámbito rural. Tengo en mi mesa de despacho una botella de Ballantine’s, pero el vaso lo suelo tener en la cocina, dos pisos más abajo, para que no me entren tentaciones. Cuando escribo en clave negra suelo ponerme a Miles Davis. Una novela épica, que las tengo, “La pérdida del Paraíso”, exige Wagner.
¿Hasta qué punto el inicio y el final de la vida atraen la curiosidad, cuando no el morbo, del ser humano: la muerte, el sexo…?
Principio y fin. Somos fruto de un acto de amor y la muerte, con frecuencia, es traumática, como, por otra parte, es el nacimiento, y en esos dos momentos estamos solos. Eros/Tanatos, en efecto, preside mi corpus literario. La pasión crea, la muerte, destruye. En el género negro, que es en donde me muevo con más comodidad, la violencia y el sexo aparecen siempre de la mano. En el cine clásico de los cincuenta, en el que todos los que escribimos en clave negra bebemos, el sexo (la rubia peligrosa) generaba violencia (el marido a eliminar). Ni uno ni otro, en mi caso, son complacientes. La violencia me horroriza, y por eso, cuando sale en mis relatos, procuro que también horrorice al que está leyéndolos porque previamente el que los ha escrito se ha horrorizado. No soy tarantiniano. Mis personajes tampoco tienen una sexualidad, digamos, normal, sino más bien desaforada, que les suele causar algún problema. No me interesa el sexo de un matrimonio feliz que lleva cincuenta años casado, sino el que salta de un encuentro esporádico, el que se vive con una intensidad rayana en la locura. Mi literatura va de extremos.
Más que rozar lo fantasioso creo que estos relatos tienden a una ficción especulativa, a una casuística ficcional, como podría ser el argumento de ‘Llamas de pasión’ o ‘Sed Negra’, ¿está de acuerdo?
Creo en la lógica interna del relato. Muchos de ellos beben de hechos reales, como es el caso de “Llamas de pasión”. ¿Y si las sombras que se vieron en el Windsor en llamas fueran las de dos amantes pirómanos? A esos amantes, para enlazar con lo dicho anteriormente, la pasión sexual les hace olvidar el peligro de las llamas. Lo deciden así. Cuando escribí “Sed negra” estaba retrocediendo a ese paisaje desértico, Mad Max, de los Monegros de mi juventud, cuando atravesarlos en coche era una pesadilla. En la especulación fantasiosa cabe, además, la crítica social. “Ciudad en llamas”, una novela distópica, anticipaba bastante lo que está sucediendo en el mundo actual con gobiernos títeres de las corporaciones industriales que son las que dominan el mundo.
Hay referencias a las novelas policiacas en ‘Vuelo a Orly’ o en el oficio del protagonista de ‘El último inquilino’ así como a obras de otros autores: el ‘Ulises’ de Joyce o la ‘Casa Tomada’ de Cortázar.
La literatura se alimenta de literatura. La dicotomía escribir o vivir es falsa. Escribir es vivir. Como leer es vivir. Gracias a mis lecturas de infancia, del Jack London buscador de oro, he ido hace unos años a Alaska. Gracias a Sommerseth Maugham estuve en el Raffels Hotel de Singapur. Por ello en mi obra hay frecuentes referencias a la literatura y a los escritores, y buena parte de los protagonistas de mis novelas (“Lifting”, “Patpong Road”) son escritores. El “Ulises” de Joyce lo nombro porque no lo soporto, a pesar del peso gigantesco que ha tenido en la literatura. Con Cortázar sucede otra cosa. Cortázar es mi maestro. Con Cortázar descubrí el lado lúdico de la escritura. “Calle cortada”, el relato de la antología, es cortazariano por reflejar exactamente una anécdota que me afectó personalmente. Ese relato, como “Vuelo a Orly”, fue escrito como exorcismo. El primero para sobrevivir a unas obras infernales que me tenían cercado en mi casa de Granada; el segundo, para poder tomar un avión que me llevaba a Nueva York una semana después de que ese vuelo a Orly no llegara nunca a su destino. El protagonista de “El último inquilino”, un encargo de Fernando Marías, debía ser escritor para encontrarse con sus fantasmas en ese piso del Ensanche barcelonés que recreo gracias a una serie de viviendas que visité, para comprarlas, y me produjeron una mala vibración. Esas casas lúgubres las tenía en la memoria y saltaron al relato en cuanto me puse a escribirlo.
¿Se inspira a veces en la realidad? ¿Hay algún personaje con el que se identifique en mayor o menor medida, quizá el del último relato?
Si con alguien me identifico es con el escritor de “El último inquilino”, por supuesto. Es un alter ego. Me hubiera gustado boxear, porque me gusta ese ritual de los boxeadores en el ring, que es casi un baile masculino, pero me faltaba agresividad. Suele decirse que el autor está en su obra. Eso funciona de un modo relativo. En algunas obras estoy al 30%. En otras no llego ni al 2%. No me identifico con el policía asesino de “Fase terminal” al que un sicario le impone la condena que no le pudo poner la justicia ordinaria, pero me interesaba contar la historia e imaginar el suplicio de la agonía de ese ser abyecto. Hay otro que soy yo, el protagonista de ”Última cena en Sofía”, que es lo que puede suceder cuando alguien se cita a ciegas con un admirador/a que conoce por Facebook y no es quien dice ser. El de “Oscuro despertar”, que se publicó en la revista Interviú, es Juan Madrid, en recuerdo de una farra monumental que nos corrimos, precisamente, en la ciudad de Valencia hace más de treinta años. Se lo dije, cuando me presentó el libro en Málaga, y se acordaba, lo que da idea de la magnitud del evento.