Una historia de agua. Entrevista a Gonzalo Calcedo

Gonzalo CalcedoYa había leído anteriormente al escritor Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961), tanto en relatos como en una novela. Llegué a Una historia de agua (Traspiés) al conocer que había resultado finalista del Premio de Narrativa Carmen Martín Gaite este 2022. En el pasado 2021, se alzó con el galardón otro gran escritor al que también admiro.

Volviendo a Caldedo, a su novela, desde aquí agradecerle que me haya concedido esta entrevista porque una reseña es una cosa, pero pedir a la autora o autor de un libro que te conceda un tiempo para leerla y contestar unas preguntas es otra bien distinta. Y más en un mes tan especial como diciembre. Gracias y también a la editorial. Espero que os animéis a fluir hasta las librerías para conocer Una historia de agua.

 

P.: La historia está ubicada en un pequeño pueblo francés no lejos de la costa vasca. El paisaje, donde abundan los pescadores y, en especial, los mariscadores, gentes adustas, entornos agrestes, parece propicio para enmarcar la atmósfera de esta historia cruel, inquietante, violenta, incluso. ¿Nos comenta la importancia del marco geográfico en la trama de su novela?

R.: El paisaje, como en el western, determina la forma de ser y vivir de los personajes. Es un protagonista más. En Una historia de agua es una zona de marisma, de por sí una frontera, un lugar cambiante en el que las mareas mudan el entorno según los estrictos designios de la luna. Yo vivo en un rincón semejante al que se describe en la novela. Un pueblo separado de otro por una ría que nace con la amplitud de una bahía y poco a poco va cerrándose hasta llegar al misterio. Aquí también hay mariscadores, tosquedades y gestos abruptos. El mar dicta sus normas con una naturalidad que todos acatan. Oponerse no tiene mucho sentido. Que degenere en violencia es consecuencia del marco temporal de la trama, de esa guerra que ha pasado por el lugar y sus rescoldos. Dale un hacha a un leñador y talará un árbol, pero si se trata de defenderse o luchar, es previsible que la herramienta encuentre otro sentido con una diligencia asombrosa. Lo rural hoy ha cambiado porque la digitalización del mundo llega a todas partes, pero antaño, la relación directa con la tierra o el mar moldeaban caracteres agrestes.

P.: Al hilo del tema de los personajes de su novela, quisiera preguntarle por el concepto de los vascos y, por extensión, de los españoles a ojos de los protagonistas de Una historia de agua. No sé si la cercanía, o raíces más profundas, mantienen esa especie de antipatía fronteriza. Algo que no ocurre con nuestros vecinos lusos, por ejemplo.

R.: Tuve algunas dudas respecto a los comentarios que sobre los vascos se hacen el texto. Incluso llegué a sorprenderme de haberlos descrito así. Luego recapacité porque, si analizas el contexto, toda esa mitología sobre la deformidad o comportamientos anómalos parte de los personajes infantiles de la novela. Han crecido al lado de una frontera: más allá de la línea que representa el agua habitan esos seres que son como duendes perversos. Los críos acostumbran a construir su propia mitología. Los vascos son para ellos el ogro de los cuentos, una cortada para el miedo. Esa fantasía convenía al desarrollo de la obra en su vertiente fantástica. Si atiendes al comportamiento de los adultos, enseguida percibes que los de una u otra orilla no son tan diferentes, que conviven y rapiñan juntos. Un tránsito de favores que siempre acompaña a los lugares de frontera.

P.: Un personaje casi vertebral en la novela es Lisette. La joven, de natural escéptica, parece encarnar la parte más espiritual de la novela, junto a su hermana Marion. Me refiero a las esperanzas, las aspiraciones y los deseos. ¿Nos lo comenta?

R.: No quería que hubiese un personaje central, pero, obviamente, es Lisette quien centra la obra y provoca los acontecimientos. Su pureza y extravagancia, su curiosidad, descosen la lógica adulta. La seguimos contagiados de sus miedos y fantasías. Frente a los pequeños actúa como una ocurrente hechicera, pero dentro de la villa es una víctima más. Sabe ser resolutiva sin convertirse en una heroína. Está en esa edad que es en sí misma una frontera dentro de la vida. A su manera es la antítesis de Ciment, el gendarme más funcionario que policía, el personaje que levanta acta de los hechos. Son, casi, los únicos cuerdos de la función. Los más fieles a sí mismos y su papel. Lisette enlaza con otros personajes adolescentes de mis cuentos. Ha hecho de la guerra en la retaguardia un teatrillo, un mundo a su medida en el que la tragedia puede llegar a ser humorística. Sufre, pero nunca se arredra. Ciment está de paso y vive resignadamente, ella aspira a un universo más luminoso y amable.

Una historia de agua

P.: Me ha resultado curioso uno de los personajes de su novela, ya que como en otra, también premiada –Senectus-, permanece en un segundo plano, casi oculto, como una especie de rumor de fondo. Háblenos de los elementos que como autores se suelen incluir de manera más o menos constante en las obras, como guiño identitario o no.

R.: No soy un novelista convencido. Quizás me falte paciencia. El relato me resulta un hogar más acogedor. Lo mejor de lo breve es, muchas veces, la ausencia de trama. Su inmediatez. Se puede expresar algo de forma secuencial, fotográfica. Se llega a las emociones de una manera sensual, ajena a la arquitectura, reconvirtiendo la anécdota con otros instrumentos. En una novela no puedes dejar de lado los cimientos, la estructura. Si quieres que se sostenga, hay que construir desde abajo.

»Si analizas mis novelas, las cuatro publicadas hasta ahora, te das cuenta de que en todas hay un trasfondo fantasioso, una conexión con el divertimento que me ayuda a escribirlas. La pesca con mosca bien podría ser una frustrada novela de espías, con un personaje femenino venido de un más allá burocrático, esa Nadia—Nadie que embelesa a los dos veteranos; las demás abordan directamente el género fantástico, al menos desde el punto de vista de algunos de sus personajes. Hay fantasmas y, como señalas, esos personajes escondidos, ausentes, cuya relevancia condiciona las actuaciones de los demás. En Playa Omaha (El disfraz de lluvia en su concepción original) ni siquiera se aclara el misterio de la chica desaparecida; incluso hay un campesino que habla de tú a tú con un fantasma. Senectus homenajea al gótico sin tapujos, en busca de su redentora poesía final. Una historia de agua crea sus propias fantasías, su isla del tesoro, aunque al final se imponga una realidad mucho más cínica y terrenal. Esa querencia por el género y sus códigos es el salvavidas novelístico con el que sobrevivo más allá de las cincuenta páginas.

P.: Una historia de agua ha quedado finalista del Premio de narrativa Carmen Martín Gaite 2022. Permita que le pregunté por los premios literarios y su papel en la visibilización de los libros en las estanterías de las librerías y en los medios de comunicación, no sé si en ese orden.

R.: Es un asunto complejo, entre sórdido y dañino. Como cuentista, obviamente empecé con concursos. Ley de vida. Esperando al enemigo, mi primer libro, fue publicado así. Quedó finalista en una convocatoria y la editorial apostó por publicarlo, algo semejante a lo ocurrido con la novela que comentamos ahora. Yo no puedo renegar de los concursos. He participado en muchos, probablemente demasiados, y ganado unos cuantos. Muchos de mis libros de cuentos han surgido de esas relaciones peligrosas con el extrarradio de la literatura. Digo esto porque en algunas editoriales, digamos serias (no lo son tanto cuando organizan su propia caza del autor), está mal visto ser un autor de concursos. Desde su punto de vista, te degrada. Pero en nuestro sistema editorial, el cuento siempre tiene un pero. La pesca con mosca es el resultado de ese “pero” en lo que concierne a Tusquets.

»Mi vagabundeo editorial posterior tiene que ver con la realidad del relato en la infraestructura del negocio. Se vende poco y eso te condiciona. Respecto a mis novelas sucede algo parecido. Salvo la primera, todas han sido consecuencia de un concurso. Hablamos de “nouvelles”, textos bastardos, apéndices de esa gran novela —por extensión y dinámica publicitaria— que domina el mercado. Es un contexto que merece la pena analizar, pero nos llevaría demasiado tiempo. Tampoco quiero parecer un resentido. La desaparición de los límites entre el “bestseller” y eso que antes se llamaba literatura seria, o literatura a secas, ha dado lugar a una exageración del sistema anterior, cincuenta por ciento supuesta calidad, cincuenta por ciento promoción. Una jungla mediática en la que perduran la renovada política de autores y, cómo no, las deseadas influencias. Salvedades aparte, nada nuevo bajo el sol. Los libros ya aparecen recomendados hasta en los telediarios. Los volúmenes huérfanos de promoción, los náufragos de esta marejada, sobreviven en estantes inalcanzables, alejados de las mesas y expositores donde se recompensan otras habilidades. Hay un corazón de las tinieblas en el que adentrarse para llegar a ciertos títulos. No llegar a ser ese horror universal de Conrad, pero se le parece.

Gonzalo Calcedo. Nacido en Palencia en 1961, reside actualmente en Santander. Publicó su primer libro de cuentos, “Esperando al enemigo” en 1996, le siguieron, entre otros: “Otras geografías” y “La madurez de las nubes”, “Apuntes del natural” , “La carga de la brigada ligera”, “El peso en gramos de los colibríes”, “El prisionero de la Avenida Lexington” o más recientemente “Necios y ridículos”. Ha obtenido, entre otros galardones, premios como el NH Vargas Llosa al mejor libro inédito, el Premio Alfonso Grosso al mejor libro de relatos, el Premio Tiflos de cuentos, el Premio Caja España, elPremio de Narrativa Ciutat de Vila-real o, en 2020, el Premio Castilla y León de las Letras por toda su trayectoria literaria.

Una historia de agua. Gonzalo Calcedo. Ediciones Traspiés.

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