El pasado sábado día 15 estuvimos en la representación en el teatro Valle Inclán de la adaptación teatral de la novela El Proceso de Franz Kafka, durante el ciclo Otra Mirada al Mundo que todos los años trae a Madrid producciones sobretituladas de otros países el Centro Dramático Nacional. En este caso, se trató de la difícil adaptación teatral de esta monumental novela, a cargo de Andreas Kriegenburg, para la producción del teatro de cámara de Munich.
La novela, póstuma e inacabada, es uno de los pesos pesados de la novelística kafkiana, y trata de como un procurador de banco que se ve inmerso en un absurdo proceso judicial, el cual, a pesar de que la causa resulta absolutamente desconocida, avanza hasta la mismísima ejecución del protagonista. La acción transcurre siempre en un entorno cotidiano (viviendas, pequeñas oficinas, una iglesia), lo que aumenta la sensación de cercanía con nuestra realidad; el genial texto está inmerso en un ciclo de argumentos cerrados que crean una atmósfera de opresión, de miedo, sin escapatoria ni comprensión posibles.
Las impresiones que nos produjo la representación fueron enormemente gratas. La maquinaria alemana combinó a la perfección el texto con las características principales que escogieron para la representación, (y que iremos comentando a continuación): un ritmo trepidante, la sorprendente escenografía en dos planos, la sobregestualización, y la mezcla de caracteres entre los actores.
La novela de Kafka está formada por una serie de escenas, descritas mediante largos párrafos narrativos y diálogos en los que participan dos o tres (a lo sumo cuatro) personajes. Pero sin embargo, casi en todo momento la representación tuvo el escenario repleto con los 7 actores, cuatro chicos y tres chicas, todos ellos vestidos y maquillados de la misma forma (traje de chaqueta negro y camisa blanca, flequillo castaño abundante a la derecha, y bigote): incluso las chicas vestían así, (excepto cuando aparecen personajes femeninos).
Esto sucedía porque varios de los actores representaban simultáneamente al protagonista, Joseph K, (también las chicas), mientras que el resto interpretaba más o menos linealmente al narrador omnisciente, o al resto de los personajes de la novela, (que por lo general sólo aparecen una vez). Para no perder el foco, uno de los actores (el más carismático, por cierto) siempre interpretaba a Joseph K. Así se superó en la escena la linealidad de la novela de Kafka. Al final de la representación tuvimos la oportunidad de participar en un interesante coloquio con los actores, el director, y el adaptador, en el que nos explicaron que la intención de este recurso consistió, mediante el lenguaje corporal de todos estos actores, en tratar de introducir todo lo posible al público en la sensación que Joseph K. experimentaba de la realidad que le iba sucediendo.
Para conseguir la adaptación teatral de la novela tuvieron que reducirse las escenas, el texto y los diálogos; pero es tan intenso y tan sutil el lenguaje kafkiano que, para ello, se prefirió optar por largos párrafos de narrador omnisciente a gran velocidad, mientras el resto de los actores se intercambiaban el texto de los diálogos. Todo esto le daba un ritmo trepidante a la representación, que, no obstante, también supo alternar con algunos momentos de calma chicha, algunos de gran tensión, otros de carácter humorístico.
Por ejemplo, en cierto momento el narrador anuncia que el protagonista besa a la chica, pero en ese momento hay 5 actores haciendo de Joseph K. en escena; entonces, éstos se miran entre sí, no se atreven, luego uno da el primer paso, etc.; todo reflejando además precisamente ese humor del que (según nos explicaran luego en el coloquio) era Kafka tan perfectamente consciente; como si, levantando la vista del libro, nos sonriéramos de ese comportamiento infantil que Kafka nos presentara en la relación de Joseph K. con todas las mujeres que aparecen en la novela.
Otro aspecto clave fue la sorprendente escenografía, que disponía en la mitad del escenario un plano casi vertical, sobre el que se cerraba un enorme círculo giratorio y abatible hacia atrás. El juego de posibilidades que permitía esta escenografía (siempre con un primer plano horizontal, el segundo plano en vertical, en horizontal a diferente altura, con movimiento giratorio o no, con movimiento abatible o no, y con las transiciones y puntos intermedios respectivos) fue genialmente aprovechado para completar la adaptación, sobre todo gracias al recurso de múltiples actores para los mismos personajes.
En algunos momentos, además, la acción dramática se duplicó sobre ambos planos. Por ejemplo, en la primera escena, en la que Joseph K. es “detenido” en libertad en su domicilio por dos “vigilantes”, la escena sucede simultáneamente (aunque de formas distintas) en dos planos: el horizontal, y el vertical. Esta duplicación de la acción, sumada al recurso de intercambio de personajes (los actores que tomaban posesión de un sombrero “se convertían” en visitadores, mientras que los que lo perdían tomaban el papel de protagonista) hacía que el espectador multiplicara su percepción de las emociones reflejadas por los actores, sumergiéndolo de lleno en la obra.
Otra de las características principales de la representación fue el uso que se hizo del lenguaje corporal. La gesticulación de los personajes fue en todo momento exagerada, con mucho movimiento, posibilitado en gran parte por la verticalidad y el movimiento del escenario de fondo. De hecho, el director nos comentó que había utilizado recursos gestuales típicamente de cine mudo, recordándonos que Kafka vivió durante esa etapa del séptimo arte. Por ejemplo, en cierto momento los diversos Joseph K., desesperados por el diálogo sinsentido que estaba teniendo lugar, se arrastraban por el plano de fondo que giraba casi en vertical, agarrándose a unas barras fijas, moviendo piernas y brazos, como en una jaula de ratones.
Por último, comentar cómo, para densificar la atmósfera, de vez en cuando, alguno de los actores tomaba posesión, en primer plano y a la derecha del escenario, de un micro conectado a unos pedales de efectos, con los que reproducía cíclicamente o en eco sonidos guturales o canciones truncadas, que se sumaban a la reproducción de otros efectos sonoros. En algunas escenas el juego de la iluminación también resultó magnífico.
En definitiva, una gran experiencia, y una magnífica iniciativa la que Otra Mirada al Mundo nos ofrece de la escena extranjera. Una oportunidad excelente para acercarnos, en nuestra casa y (aunque en sobretítulos) con nuestro idioma, a la mirada que se tiene del mundo desde otras culturas, siempre con el lenguaje común de la dramaturgia.
EL PROCESO – FRANZ KAFKA
ADAPTACIÓN TEATRAL DE ANDREAS KRIEGENBURG PARA LA KAMMERSPIELE MÜNCHEN
TEATRO VALLE INCLÁN – CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Dirección
Andreas Kriegenburg
Vestuario
Andrea Schraad
Iluminación
Björn Gerum
Dramaturgia
Matthias Günther
Producción:
Münchner Kammerspiele (Alemania)
Reparto
Walter Hess
Lena Lauzemis
Sylvana Krappatsch
Oliver Mallison
Stefan Merki
Annette Paulmann
Katharina Marie Schubert
Edmund Telgenkämper
RAMÓN MONTOYA