Crónica – El sueño de una noche de verano

Y con el coranzón en la mano... @Iko Freese / drama-berlin.de
Onírico, no necesariamente hipnótico o somnoliente. La Komische Oper de Berlin siempre arriesga en sus puestas de escena y eso también se nota en su programa. Mientras la mayoría de las casas de ópera giran la cabeza hacia Giuseppe Verdi y su bicentenario, la benjamina de las casas berlinesas se decidió a comenzar temporada con un centenario: Benjamin Britten.

Acercarse a la obra de Britten no es fácil, hacen falta llaves que quizá no estén en todos los bolsillos. Así como entrar en el mundo de Verdi, Mozart, o Wagner (en este caso si se tiene la suficiente paciencia para no terminar invadiendo Polonia) no es ninguna tarea díficil, entrar en el universio de Britten es meterse en camisa de once varas. Es un poco como querer entender a Bacon sin antes conocer a Velázquez. Aún así, el sueño de una noche de verano no es de las piezas más complicadas de su repertorio. Con todo, tanto la reducida orquesta, con una selección de instrumentos un tanto peculiar (¡Clavicémbalo en una ópera del siglo XX!), como las tonalidades vocales escogidas  por Britten (Contratenor para Oberon el rey de los Elfos, el coro infantil o un Puck que no canta) generan una atmósfera entre onírica y somnoliente que refuerza astutamente el texto homónimo de William Shakespeare de donde sale quasi íntegramente el libreto. Es una lástima que en la Komische Oper siempre canten las óperas traducidas en alemán.

La propuesta del director de escena Viestur Kairish se centra en los dos primeros actos en un paisaje entre lunar y fatasmagórico, con madrigueras y entradas imposibles y geometrías que van en contra de la intuición, casi una referencia al expresionsmo alemán cinematográfico de principios del siglo XX. El paisaje es onírico sin lugar a dudas, inundado de gigantes osos de peluche que van perdiendo los miembros salvajemente. Sería interesante sentar en el diván de Freud a Kairish… Los niños del coro son viejos que se mueven como tal, y los artesanos, unos mineros atemporales. Todo esto crea una sensación de ensueño sin llegar a ser hipnótico, pues la puesta en escena se degasta a medida que transcurre cada acto, y por alguna razón el espectador se mantiene en la realidad.

Ositos oníricos @Iko Freese / drama-berlin.de

En el segundo acto Zettel, interpretado por Stefan Sevenich (sin lugar a duda el mejor del repertorio con una vis cómica en su punto dulce), se convertierte en asno como castigo y recibe de regalo un pene de dimensiones inconmensurables. Aquí Viestur Kairish se recrea en una broma sin pausa entre naïf, infantil y obscena que, sin provocar, cae casi en el ridículo.

El último acto está exento de decoración: un simple fondo negro que contrasta con los coloridos trajes infantiles de los espectadores que encima del escenario observan la metafunción teatral que realizan los artesanos. Una referencia al teatro isabelino con hombres interpretando a mujeres sin quasi elementos de atrezo.

 

 

No es ópera para principiantes, su duración y su pecularies tonalidades musicales la desaconsejan totalmente como primer contacto con el mundo de la ópera. Pero sí es una puesta en escena para quien haya disfrutado un par de veces de la música de Puccini, Rossini o  Bizet y quiera dejarse llevar por este sueño, que no llega a hipnotizar pero tampoco a adormecer.

Andando por las ramas @Iko Freese / drama-berlin.de

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