El escritor y dramaturgo Javier Ramos (Castellón de la Plana, 1974) obtuvo recientemente el IV Premio Internacional de Narrativa Novelas Ejemplares por su novela ‘El señor Gro y la hija de la viuda Stern’ (Verbum). Ramos intenta una literatura de emoción no siempre cómoda, basada en el desprejuicio formal y en el privilegio que implica “poder contar historias”. Es autor de la novela ‘El retraso de los mares’ (1999) y ha estrenado las obras teatrales ‘Taxímetros’ (2005), ‘Guión’ (Premio “Eduard Escalante de Teatro”, 2003), ‘Construyendo a Verónica’ (VV.AA., 2006, Nominada Premios “Max” 2007 a Mejor Espectáculo) y ‘Otra Sangre’ (2007). Nos concede una entrevista al hilo de su reciente novela premiada ‘El señor Gro y la hija de la viuda Stern’.
Querría empezar preguntándole por la carga metafórica de su novela, por ese lenguaje tan próximo a la prosa poética; por el empleo, en definitiva, de recursos estilísticos para desbordar e iluminar la narración.
La historia es intensa, puede ser dura, mordaz. En esa situación de riesgo y averiguación, adentrándome en el revés simbólico de cuanto pasa en la novela, mi voz narrativa tenía que ser muy valiente, inmoderada, para decirle al lector que podemos sobrevolar esta crudeza gracias al lenguaje, gracias a la fantasía, gracias a la poetización.
Al hilo de la anterior, comentarle que ha habido ocasiones en las que ‘El señor Gro y la hija de la viuda Stern’ me ha evocado a la prosa de Virginia Woolf en ‘Las olas’.
Es un halago. «Las olas», Woolf en general, la leí con dieciséis años. Después, la abandoné. Entiendo entonces que no sólo ella, sino esas voces, están en el estilo de la narración. A la hora de escribir no me preocupa ejercer un estilo, quizás al contrario. Me importa vaciarme para que determinadas voces me habiten y trabajen con holgura hacia el lector. Entonces, han debido ser esas voces, digámoslo con toda la soberbia: femeninas, sabias, audaces, solemnes, susurradas, melódicas y vindicativas las que me han habitado. Puede sonar pretencioso o esotérico, loco y estúpido. Y lo soy: estamos hablando de escribir y aquí todo es verdad y amable.
He escogido alguna frase de la novela para proponérsela y que nos la comente, si le parece. Una es: ‘Un libro abierto ante los ojos es un rectángulo que se hurta a una vida que no se quiere vivir’.
El hábito lector comienza como una audacia del niño o el adolescente por evadirse de la realidad. Esa habilidad, esa audacia, persiste después cuando abrimos un libro y nos evadimos de lo material. A veces porque no queremos convivir con esta realidad viscosa, pero, mayoritariamente, porque determinados momentos de nuestra realidad quieren otro tipo de interlocutor, otra interpretación, que buscamos en esa pantalla del libro abierto.
También me gustó esta: ‘Las faltas que no te perdones, hacen de jueces a los demás’.
También se dice: «Visita a la niña que fuiste y perdónala». Es como suplicarte: abraza tu sombra o de los demás no te llegará sino la misma rigidez, la misma suspicacia, el mismo miedo. Abraza tu sombra. Exige mucha claudicación, pero es el reto mismo de nuestro paso por este mundo.
La tercera es: ‘Y palabras y cosas no son lo mismo, puesto que el nombre de éstas ya es un poco su ausencia’.
El lenguaje, aún más la fabricación literaria, son un distanciamiento: ese gesto de alejar un poco la vista para enfocar mejor. Lo haces con la convención del lenguaje. En esa convención ya hay un poco del anhelo por no sentir lo sustancial de las cosas, su aviso esencial.
El señor Gro y la hija de la viuda Stern. Javier Ramos. Editorial Verbum. ISBN 978-84-90746-52-3