Esta semana se asoma a La Gonzo Magazine el escritor y profesor Juan Manuel Gil, con su reciente novela La flor del rayo, de la que dice bebe de la tradición de la parodia. Podéis comprobarlo leyendo la entrevista, la reseña (os dejo el link) o el libro, por descontado.
P.: El protagonista de La flor del rayo se tilda a sí mismo de buen hipocondríaco. Es más, hay tres tareas que dice que nunca hace: pensar, estar tranquilo y coger distancia durante un tiempo. Añade que, en los libros sí, pero que en la vida, no. Me sirve para invitarle a que nos emplace/describa.
R.: Bueno, aunque él es un gran militante de la hipocondría, es su padre el que intenta convencerlo de que en la vida hay poco tiempo para pensar, estar tranquilo y coger algo de distancia balsámica. El protagonista de esta historia es, además de hipocondriaco, obsesivo, cobarde y tozudo. Y, paradójicamente, esos son los mimbres que le permiten ponerse a salvo de su propia vida. Es una especie de animal herido que se ha refugiado en la madriguera que mejor cree conocer: la literatura. Allí donde las cosas parecen ocurrir pero nunca ocurren.
P.: Creo que uno de los temas de La flor del rayo es la responsabilidad. No en vano, la novela arranca con el protagonista bloqueado tras la obtención de un premio literario. Así, leemos en un pasaje, «saber algo que otro desconoce, sea lo que sea, puede darte cierta ventaja narrativa y eso, en consecuencia, conlleva una responsabilidad.» ¿Nos habla sobre ello?
R.: Una de las grandes responsabilidades de un narrador es hacer un uso eficaz de la información, de ahí que conlleve una gran responsabilidad. Que se lo digan a los narradores omniscientes de este país. Cualquier demora o precipitación, cualquier revelación u ocultamiento puede determinar el buen o mal progreso de la historia que tenemos entre manos. Eso no lo puede olvidar un escritor hasta que no ha llegado al ultimo borrador de la novela.
P.: En una de las escenas del protagonista con su madre, él le pide que inicie cierta historia por el principio, pero ella decide que lo hará por el final. Lo cual me lleva a preguntarle por el planteamiento del libro. Lo comienza con un capítulo llamado Un final y al último lo titula Un principio. Nada que ver con la Rayuela de Cortázar, aclaramos a las/los lectorxs. Quizá más, acaso, con esa frase a final de una de las partes aludiendo a que “el orden de la vida, a veces, tiene poco que ver con el orden de las novelas”.
R.: Totalmente de acuerdo. Una vida fascinante mal contada puede ser la vida más aburrida del mundo. Y a la inversa: la más monótona, contada con puntería, logrará ser vertiginosa. De ahí que sea tan importante saber cómo vas a comenzar y acabar tu relato. El final de una historia no tiene por qué coincidir con el final de una novela.
P.: En un pasaje de la novela, la doctora Wilkes le pregunta a Juanma si lo que hace en realidad es parodiar. Que es algo que este le contó a su padre. Que parodiar es algo que está bien visto en la literatura. Y yo le pregunto, ¿está de acuerdo? ¿Es así? ¿La flor del rayo es una parodia? ¿La vida es una parodia de la literatura o al revés?
R.: No creo que la parodia esté bien vista en la literatura, aunque este narrador diga lo contrario cada vez que tiene ocasión. O al menos no más que otros recursos. Pero sí creo a pies juntillas que es una buena y eficaz manera de aproximarnos a la realidad. Nuestra tradición literaria lo ha demostrado con absoluta solvencia. La flor del rayo bebe, sin lugar a dudas, de esa tradición.
P.: «La literatura no solo me permite concebir historias, personajes o lugares ficticios. También me ofrece la posibilidad de desentrañar esa realidad a la que no queremos darle lugar. (…) La literatura no tiene cobijo en la vida de todas las personas.» Marido estas dos ideas de su novela para que nos comente la parte metaliteraria que “aflora” en La flor del rayo.
R.: Le he prestado a este narrador muchísimas cosas de mi biografía. Entre ellas, mi amor y, a veces, mi obsesión por la literatura. De ahí que en La flor del rayo la metaliteratura sea un yacimiento ineludible por una razón elemental: es imposible hablar de la vida de este narrador sin que afloren sus lecturas, sus conflictos creativos, sus reflexiones literarias. Dicho de otro modo, yo entiendo perfectamente a este personaje. A fin de cuentas soy profesor de Literatura, renuncio a muchas cosas con tal de escribir, me fundo buena parte de mi sueldo en libros y me dedico varios días a la semana a visitar clubes de lectura o librerías. Es absolutamente imposible contar mi vida sin ser metaliterario.
P.: Me va a permitir que le inquiera por cierto pueblecito de Cantabria que se asoma tímido en su novela. Soy un enamorado de ella, de Santander. Tuve oportunidad de visitar la comarca de Liébana, incluso un pueblito no muy diferente al mencionado. ¿Por qué esta elección concreta desde la sureña Almería del protagonista?
R.: Mientras comenzaba a escribir La flor del rayo, visité Bárago, un pequeño pueblecito cántabro del que me enamoré. Tuve el disparatado pensamiento de que no me iba a mover de allí hasta que terminara la novela. Como eso, obviamente, era imposible, decidí meterlo en esta historia para que cumpliera un papel importante en el proceso de escritura del narrador.
P.: «Y todo el mundo sabe, o debería saber que las cosas importantes son las que están, pero no se ven. (…) Las cosas importantes de la vida casi nunca están en primer plano.» He tomado estas dos frases de dos momentos de su novela para que si se anima nos hable de lo oculto de esta historia, a lo iceberg de Hemingway.
R.: El narrador de La flor del rayo cree tener la solemne obligación de acceder, sea como sea, a lo que oculta nuestra realidad circundante. Frente a la vida contante y sonante, él le otorga una mayor relevancia a lo subterráneo, a lo velado, a lo que subyace bajo la piel de lo que nos ocurre en nuestro día a día. En este sentido, piensa que su biografía es la mejor puerta a su particular ficción, y eso, por suerte o por desgracia, lo comparto con él. Todo escritor tiene la obligación de ir unos milímetros más allá de la vida. Por eso la ficción siempre es insustituible.
Juan Manuel Gil (Almería, 1979) formó parte de la primera promoción de residentes de la Fundación Antonio Gala. Con su primer libro, Guía inútil de un naufragio (2004), obtuvo el Premio Andalucía Joven de Poesía. Desde entonces se ha centrado en la novela: Inopia (2008), Las islas vertebradas (2017) y Un hombre bajo el agua (2019). En 2021 ganó el Premio Biblioteca Breve con Trigo limpio. Es autor, además, de dos volúmenes de difícil clasificación: Mi padre y yo. Un western (2012), Premio Argaria, e Hipstamatic 100 (2014).
La flor del rayo. Juan Manuel Gil. Seix Barral.
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