Todos a casa

“No me quieras porque gané, necesito que me quieras para ganar»
Hacía una hora que el portero ruso había detenido el penalti a Iago Aspas, pero nosotros seguíamos dentro del estadio. Un millar de almas españolas apiñadas detrás de la portería en silencio.
Mirábamos en el video-marcador las repeticiones del partido, esperando que, en una de aquellas alguien tirase a puerta, que De Gea parara un penalti, que hubiese una alteración del espacio-tiempo que nos sacase de aquella ensoñación. Los rusos con un comportamiento impecable venían a animarnos, abrazarnos, no había consuelo posible.

Cómo en el duelo, la eliminación también tiene varias etapas y tienen sus similitudes:
– Silencio: una hora en silencio dentro del estadio, no exagero. Nadie hablaba, ni en una procesión de Jueves Santo hay ese silencio. No había nada que decir, mirábamos el marcador, nos mirábamos incrédulos y vuelta la mirada de nuevo al marcador, una hora así, sin poder reaccionar.
– Ira: Una hora después se rompe el silencio, hay una búsqueda de culpables, primero el presidente de la federación, luego el entrenador, los jugadores, cualquiera vale.
– Tristeza: Con el desahogo mínimo que supone el aquelarre colectivo de buscar culpables, te das cuenta de lo que de verdad te está comiendo por dentro. El grupo de personas que hace dos semanas no conocías y con el que has compartido las intensísimas dos semanas que llevamos de Mundial, ya no van a estar. Todos a casa, se nos acabó la fiesta. Te das cuenta de que ya no habrá más cánticos, más quedadas en grupo, nervios en la previa y celebración después.
– Aceptación: Llega a medias después de la cena, entre cervezas todo se ve un poco mejor. La pena por perder a ese grupo de personas duele, pero se empieza a hacer memoria de lo bueno vivido, de lo que está por venir y antes de que te des cuenta el grupo de WhatsApp cambia de nombre y pasa a denominarse ¨Nos vemos en la Euro».

Los españoles no fuimos los únicos en decir adiós de manera abrupta al torneo, los franceses habían echado a los argentinos el día antes. Me causa especial dolor la eliminación de la albiceleste por un aficionado que conocí días antes en la bella San Petersburgo.

Santiago Jairo era un hombre que pasaba los cincuenta, porteño y bien parecido, le llamaban ¨Pucho¨ porque había trabajado toda su vida en una fábrica de tabaco y pucho es cigarrillo en Argentina. Iba acompañado de su hija, pero cuándo lo conocí minutos antes de empezar el Nigeria – Argentina estaba solo en los alrededores del estadio. Compartiendo una cerveza me contó que su hija entraba a los partidos, pero el no. En sus propias palabras:
«Viejo, el sueño de la mina es venir al Mundial, ver a Messi. Yo no tenía plata, vendí el auto para pagarnos el pasaje y acá nos pagamos el hospedaje y la comida con lo que sacamos de revender mi entrada».

Se les acabó el sueño también a muchos de los colombianos y peruanos que había aprovechado la excusa del Mundial para volver a ver a familiares emigrados. A todas las selecciones africanas que han sido una de las sensaciones en las calles de Rusia, también se tienen que marchar.
El Mundial se va acabando, pero aún nos queda lo mejor y yo de aquí no me muevo hasta que termine esta fiesta.

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