Nada más refrescante estos días que un libro épico con el océano Atlántico y Pacífico como escenarios. Me refiero a La carabela San Lesmes (Crítica), de Luis Gorrochategui. Precisamente hoy comparto agradecidísimo la entrevista que me concedió acerca de su libro, igualmente agradecido a Itzíar Prieto. Al pie de esta, incluyo un enlace al resto de la entrevista al autor. Confío en que os guste.
P.: Para entender el contexto socioeconómico de las expediciones de los siglos XV y XVI hay que pensar en cómo España y Portugal pretendían repartirse el orbe. Eran dos superpotencias en tanto otras naciones europeas nos miraban con lógica inquina. Hoy el coltán, el oro y el petróleo mueven o hunden economías nacionales. Háblenos del comercio del clavo, la pimienta y otras especias en el devenir de la sociedad occidental actual.
R.: Las especias fueron uno de los motores que generaron el gran momento expansivo global y planetario de la especie humana a partir del siglo XVI. Antes, los homo sapiens sí habían llegado a zonas muy alejadas del planeta, pero sin una interconexión entre ellos. Ahora sí lo harán. En aquella época nuestras necesidades y posibilidades eran mucho más limitadas, y la alimentación, con el agua, era el primer mandamiento de nuestra subsistencia.
La busca de las especias significó un salto cualitativo en las ansías de mejora adaptativa y búsqueda de un modo de vida más sofisticado y acorde con nuestras potencialidades como especie. Aceleró así el ciclo de las necesidades derivadas en busca de una vida mejor, que, a día de hoy, ya en el siglo XXI, está alcanzando unos niveles extraordinariamente elevados, pues ya hemos generado unas necesidades que trascienden radicalmente la mera supervivencia. Nuestra vida actual en occidente va en efecto mucho más allá del mero hecho de conseguir el número mínimo de calorías diarias para sobrevivir.
Este empuje humano por ir más allá de nuestras necesidades básicas se hace un agente globalizador con la apertura de rutas comerciales marítimas en busca de una alimentación más sofisticada. Las especias significaron en su tiempo lo que hoy son los productos de alta tecnología que satisfacen necesidades cada vez más alejadas de lo natural, llevándonos a una praxis que hace incluso peligrar nuestra felicidad o el equilibrio ecológico del planeta. Pero aquella búsqueda de vegetales con que condimentar, por el contrario, nos unió íntimamente con nuestro hogar natural y nos llevó a tratar con familiaridad y cariño su propio tamaño y esfericidad.
P.: La carabela San Lesmes está dividido en dos partes, una nos sumerge en la expedición Loaísa-Elcano de 1525. Pero la más interesante, a mi juicio, es la segunda, en la que repasa expediciones posteriores en busca del rastro de la San Lesmes. Y digo más interesante porque de algún modo el vestigio de los supervivientes ha llegado hasta nuestros días. Háblenos de la importancia del investigador Robert A. Langdon en su libro.
R.: Sin Robert Langdon no existiría mi nuevo libro. Por ello se lo dedicó con todo el cariño. El que él tuvo por seguir el rastro de nuestra carabela con entusiasmo, minuciosidad y excelencia. Le dio a su investigación un carácter interdisciplinar imprescindible para reconstruir el destino de aquel barco. Y tuvo el valor de enfrentarse a las corrientes dominantes de la historiografía anglófona, encargada de ensalzar la historia de su propia cultura, y para la que una presencia temprana de España en el Pacífico resultaba demasiado incómoda. Fue consciente, al final de su vida, de que su atrevimiento había suscitado la reacción de tal historiografía, y compartió conmigo tal certeza, en la correspondencia que tuve el privilegio de intercambiar con él.
Mi contribución ha sido trabajar con la incomparable documentación española sobre la zona sanlésmica, deshaciendo algunos errores en su interpretación y, sobre todo, aumentando exponencialmente nuestro conocimiento sobre la cultura y dimensión de este amplísimo espacio en el que la nave española, y sus descendientes, dejaron su impronta.
P.: Como valenciano querría preguntarle por el papel del papa Alejandro VI y una bula dictada por este que pareció complicar –aún más– la situación sobre la navegación entre portugueses y españoles en el s. XV.
R.: A principios del siglo XVI el papa tenía ascendencia en la ordenación política de occidente y en la justificación de la expansión de las potencias oceánicas de ese momento histórico. El pontífice Alejandro VI otorgó a los Reyes Católicos en 1493 las llamadas bulas alejandrinas con las cuales les concedía el derecho de asentamiento y la obligación de evangelización de los territorios del Nuevo Mundo.
Portugal no aceptó tales concesiones, demostrando así que no era tanta la autoridad papal. Después de negociaciones directas entre las dos naciones, quedó fijado el reparto del mundo por el tratado de Tordesillas, que repartía el planeta en dos partes por un meridiano que pasaba 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Así, Portugal resultó favorecido al quedar la punta oeste del actual Brasil en la zona portuguesa del mundo. El cálculo de por donde pasaba el antimeridiano que completaba la división del planeta en dos partes iguales generaría nuevas y complejas negociaciones.
P.: La carabela San Lesmes está lleno de singularidades, algunas tan sorprendentes como la protagonizada por el navegante Juan Fernández. Por batir todas las marcas de velocidad en el mar en su época llegó incluso a ser acusado de… brujo. Háblenos de estos hechos tan curiosos porque obviamente eran otros tiempos y al parecer era peligroso correr en exceso.
R.: Divertida anécdota en la que tuvo que intervenir el Santo Oficio para salvaguardar a este navegante al que le tocó vivir en una época cargada de pensamiento supersticioso. No olvidemos a las docenas de miles de mujeres quemadas por brujas en la Europa en este tiempo. Tragedia de la que, por cierto, se salvó España debido precisamente al Tribunal de la Inquisición. Por otro lado, un acortamiento tan drástico del tiempo dedicado a hacer este viaje de Lima a Santiago de Chile, causó gran conmoción.
P.: Un pasaje delicioso de La carabela San Lesmes lo encontramos, por ejemplo, en el capítulo de Museos, testimonios y conjeturas. En la hipótesis de lo que pudo suceder con los marineros de la San Lesmes. Le pregunto por ese detalle de las herramientas que posiblemente se repartieran los que se quedaron en Anaa y el hallazgo de un “extraordinario artilugio de posible influencia sanlésmica” analizado en 1912.
R.: Sí. En realidad, resulta un tremendo desafío talar un árbol sin herramientas de metal. En la polinesia uno de los expedicionarios españoles llegó a pensar que los quemaban por abajo mientras los mojaban con agua por arriba. La solución encontrada en Nueva Zelanda era una gran ballesta, que apoyaba su arco sobre el propio árbol y, tensada por varios hombres, percutía con una piedra tallada con tremendos golpes contra el lado opuesto del tronco. ¿Será este artilugio hijo de ideas y técnicas importadas desde Europa? Y encontramos aquí un misterio más.
P.: Entre las muchas personalidades destacadas entre las páginas de La carabela San Lesmes me temo que algunas han sido poco estudiadas en los colegios; no me resisto a preguntarle por Andrés de Urdaneta y Ceráin.
R.: Fascinante personaje que abrió el cerrojo del Pacifico al descubrir el tornaviaje de Filipinas a California. Para ello ganó latitud norte desde Filipinas hasta alcanzar vientos propicios para navegar a América. Pero no debemos olvidar que fue uno de los ocho hombres, de los 450 que habían zarpado desde La Coruña en la expedición Loaísa-Elcano, que completó la segunda circunnavegación al planeta. Tardó once años en hacerlo corriendo infinidad de aventuras. Pero además de estos hombres, vino desde las Molucas hasta España, previa retención en Lisboa, su hija Gracia. Gran cariño y cuidado tuvo Urdaneta por su hija, tenida con una moluqueña, y consiguió llevarla hasta Villafranca de Oría, en Guipuzcoa, su pueblo natal, y mantuvo posteriormente el contacto con ella.
La carabela San Lesmes. Luis Gorrochategui. Editorial Crítica.
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