Pocas presentaciones necesita mi entrevistado de esta semana. No solo es un autor de largo recorrido en la narrativa española. También se ha asomado en más de una ocasión a La Gonzo Magazine. En esta ocasión, José Luis Muñoz me concede una entrevista por su última novela La soledad de Hans Teodore Mankel (Bohodón), quizá la más literaria y compleja; un ejercicio de estilo que gira en torno a los libros, las editoriales y el talento innato de los escritores. Os dejo la entrevista a la espera de vuestros cometarios.
P.: Esta novela comienza con el nombre y apellidos del protagonista. De hecho, salvo en contadas ocasiones, se le nombra así a lo largo de la novela. Háblanos de la elección de los nombres en esta historia. Por ejemplo, ese Hans ¿es un guiño a otro Hans, al de Los Buddenbrook?
R.: Pues fíjate que no me había dado cuenta y es muy posible que mi subconsciente haya estado allí, en Los Buddenbrook, la primera novela que leí de Thomas Mann y me pareció un monumento literario. De hecho, hay muchos guiños al maestro alemán y a su Montaña mágica a lo largo de la novela. Y a Henning Mankell también hay un guiño en el apellido del protagonista. La verdad es que es un nombre con cierta sonoridad: Hans Teodore Mankel. Los nombres, aunque parezca una cuestión baladí, resultan de vital importancia a la hora de dibujar a un personaje. Otro de mis personajes que tenía un nombre de empaque era Aribert Ferdinand Heim, el carnicero de Mauthausen, protagonista de El rastro del lobo.
P.: Una novela, sin duda, que habla de literatura, del proceso de edición. No podían faltar así referencias a autores o sus obras. Tanto a alemanes Goethe, Schiller, Mann…; como a Maugham, Dostoieski, Proust… Sin olvidarme de Paulo Coelho. No sé si los fieles al escritor brasileño van a emocionarse con lo que aquí leerán. Coméntanos estas apariciones, en especial, esta última.
R.: Bueno, lo de Paulo Coelho siempre me pareció un timo literario. En una Feria del Libro de Madrid, para matar el rato, cogí al azar uno de sus libros y me di cuenta de la cantidad de obviedades que se decían en él, puro humo revestido de pretendida profundidad. Pero tiene millones de lectores como tienen millones de lectores los no escritores. Como dijo Julio Llamazares en la Feria del Libro de Madrid, el 95% de los que firman libros no son escritores. La nuestra puede que sea la profesión con más intrusismo: tenemos mediáticos, youtubers, cocineros, influencers, y todos escriben, o les escriben un libro. La novela es, también, porque está empapada por la literatura de principio a fin, un homenaje a la literatura alemana, a esos grandes escritores, pensadores, músicos, que sin embargo no impidieron el advenimiento del nazismo, que es una pregunta que siempre me he hecho. ¿Cómo un pueblo tan cultivado abrazó una ideología tan aberrante? William Sommerseth Maugham es un autor hoy por hoy injustamente olvidado. Dostoievski, para mí, siempre fue un referente. Las novelas de Thomas Mann me parecen cumbres literarias.
P.: El protagonista se nos muestra como un hombre metódico (no sé si decir a lo Inmanuel Kant), de 56 años, anodino y gris, con presbicia, aunque un buen y gran lector. Pero algo hará que se transforme y abandone, de algún modo, esa soledad lacerante ahogada en vino. Me sirve aquí para preguntarte por la construcción narrativa de tus personajes, de esa evolución a lo largo de las historias.
R.: El metódico, gris y anodino Hans Teodore Mankel vive de la literatura, de la ficción con esa novela que empieza a leer y en la que encuentra precisamente todo lo que no tiene, empezando por talento literario. Me gusta mucho describir el itinerario vital de los personajes, lo hice en El viaje infinito cogiendo al protagonista prácticamente en la infancia y llevándolo al fin de sus días y explicando su evolución. Aquí el período es mucho más breve, pero el personaje cambia, y aún más cuando le sobreviene un cierto éxito literario, al menos exteriormente. Su dieta monótona a base de salchichas, chucrut y esos arenques secos, esos detalles, hablan mucho del protagonista, o su afición al vino Riesling. Es un personaje solitario, como destaco en el título de la novela, triste, que lee y se emborracha para sobrevivir. Vive en una buhardilla húmeda, en donde pasa frío, y rompe con sus zapatos gastados la escarcha que se forma por la noche en Munich.
P.: El tono y el ritmo narrativos en La soledad de Hans Teodore Mankel es singular como poco. Creo que tiene algo de En busca del tiempo perdido, por no añadir que se me antoja algo wagneriana. Acostumbrado a tu estilo ágil y rápido, quizá te preguntaría por la elección de ese tono para construir esta historia.
R.: Cada libro tiene su música, y este, que gira en torno a la literatura, las editoriales, los críticos y el hecho de la creación, quise que tuviera ese tono pausado marcado por infinidad de comas, que obligan a hacer pausas, y el encadenamiento de frases. Es un libro para leer despacio. Creo que hay alguna frase, con sus correspondientes encadenadas, que ocupa más de una página, pero el lector no se pierde. La novela ha sido para mí, precisamente, un desafío, porque nunca había escrito de esa manera, y bromeo precisamente sobre su autoría y me pregunto quién la he escrito. Me aburre mucho escribir siempre de la misma forma y de ahí mi obsesión por innovar en cada uno de mis libros, de cambiar radicalmente de género. La soledad de Hans Teodore Mankel no tiene nada que ver con La colina del Telégrafo, mi anterior novela, un policial clásico que parecía una película.
P.: Enmarcas la novela en Alemania, a finales de 1989. Imagino que de algún modo has querido reflejar una sociedad, un oficio y, esa doble elección, te permitía aportar esos matices socioculturales de fondo. ¿Es así?
R.: Sí, quería situarla en el momento en que cae el Muro de Berlín, uno de los episodios fundamentales del siglo pasado que fue celebrado con alegría y ante el que yo me mostré muy escéptico porque era la desaparición de un mundo bipolar con sus equilibrios estratégicos. Quería también introducir al personaje de Günter Grass, que tiene un pequeño cameo hacia el final, muy crítico con la reunificación de su país. Europa, para su desgracia, se ha convertido en un satélite de Estados Unidos que no tiene voz propia y lo estamos viendo en su comportamiento ante la invasión de Ucrania. El proyecto europeo hace aguas por muchas partes cuando están en él países que infringen normas comunitarias como Hungría, Polonia o Italia con el gobierno de Meloni. Es preocupante la derechización de las sociedades europeas, y también de la española.
P.: He extraído una frase para que te animes a comentárnosla. Es esa en la que a un editor le aconsejan que no hable mal del libro de un autor, que no lo critique abiertamente, sino que lo ignore. “(…) los que escriben libros son muy sensibles a la crítica, tienen una piel muy fina, una mala reseña les produce un malestar espantoso (…)” ¿Has recibido alguna vez una crítica incómoda? ¿Has conocido a muchos autores de piel fina? ¿Cómo se curan estos trastornos cutáneos?
R.: Jajaja. Claro que he recibido críticas feroces de determinando grupos mediáticos. Y hacen daño, sobre todo cuando empiezas, como me ocurrió a mí con El cadáver bajo el jardín y Barcelona negra. Una crítica de El País, Rosa Mora, llegó a decir más o menos que esperaba que no publicara más por el bien de la literatura. Pues 56 libros después le digo que sigo publicando a su pesar. Generalmente los críticos de ese diario fueron muy duros con todas mis novelas, incluso cuando parecían que las iban a dejar bien, terminaban condenándolas en el infierno en el último párrafo de la reseña, Babelia, la revista literaria del periódico, es una especie de panfleto que barre para su casa, Alfaguara, que últimamente publica novelas espantosas. Luego la tendencia cambió, y abundaron las críticas muy positivas de mis novelas. Se agradecen, sobre todo, cuando las opiniones vienen de colegas, o de lectores. Y no menosprecio la función del crítico, de hecho, yo lo soy, me llegan montones de libros que procuro leer, y algunos me gustan mucho y, otros, bien poco, y los que me gustan poco intento decir el motivo sin ser hiriente, y lo mismo me ocurre con las películas. Suele decirse que el crítico es un escritor frustrado. Pero a veces es necesario ser duro, decirle a alguien que se dedique a otra cosa, que no pierda el tiempo escribiendo, o que lo pierda, que es muy libre de hacerlo, y ahí entramos en la selva de la autoedición, en donde nos encontramos que en España hay más autores que lectores, y luego están los escritores que se jactan de no leer para no contaminarse. Nadie puede escribir si no ha leído.
José Luis Muñoz es novelista, articulista, crítico literario y cinematográfico y activista cultural que ha publicado en Bohodón Ediciones las novelas «La manzana helada», «La Diosa de Hielo», «El viaje infinito» y el libro de relatos «Malditos amores». Ha obtenido, entre otros, los premios Tigre Juan, Azorín, Camilo José Cela, Café Gijón, La Sonrisa Vertical, Ignacio Aldecoa y Carmen Martín Gaite. Sus últimos libros son «El centro del mundo», sobre la conquista de México por Hernán Cortés; «Brother», una trilogía sobre la América profunda; «La bahía humeante», un thriller que transcurre en Islandia y «La colina del Telégrafo», un policial ambientado en San Francisco. Es el director de las colecciones La Orilla Negra y Sed de Mal, comisario, junto a Lluna Vicens y Tess Lorente, del festival Black Mountain Bossòst, que se celebra todos los años en el Valle de Arán, y preside la asociación cultural Lee o Muere.
La soledad de Hans Teodore Mankel. José Luis Muñoz. Bohodón ediciones.
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