Me concede una entrevista José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) al hilo de la publicación de su último libro, Malditos amores (Bohodón), el séptimo de relatos. En este caso, el amor en todas sus variantes y acepciones se dan cita en las casi cincuenta historias que transitan esta antología.
Ginés Vera: Titulas a este libro Malditos amores. Me ha evocado a una canción del mexicano Vicente Fernández. Como humilde escritor me cuesta mucho poner título a los relatos, por eso quiero aprovechar para preguntarte por ese bautizo de tus obras. Encontramos, por ejemplo, dos con nombre de mujer: Nora y Pilar. También dos que me han evocado a dos escritores: Retrato de mujer con perro (al célebre de Chejov, La mujer del perrito) y Me gusta tanto Aída (al de Cortázar, Queremos tanto a Glenda).
José Luis Muñoz: Son inconscientes esos títulos, pero ahí están, por supuesto. Y me alegro, porque tanto Chejov como Cortázar son autores de cabecera a los que he leído con intensidad. Las mujeres, en casi todos ellos, tienen un papel medular, porque alrededor de ellas giran los relatos o son sus protagonistas. Muchos de los relatos del conjunto son tristes, hablan de amores fracasados, desamores, o que no se materializaron, o se pudrieron por el uso y el tiempo. Otros están llenos de nostalgia, por los amores que fueron y ya no son porque terminaron. Hay otros decididamente humorísticos en los que exploto esa vena, la del humor, que es muy tangencial en mi obra novelística. Los hay que son muy eróticos, porque el erotismo es fundamental en la vida, y porque los escribí, precisamente, para que fueran publicados en las revistas Interviú, Playboy y Penthouse con las que colaboré más de quince años. Me pongo en la cabeza de todos mis personajes, sean masculinos o femeninos, e intento razonar y reaccionar como ellos, que es una de las cosas apasionantes que te ofrece la literatura.
G.V.: Como ya has comentado, entre estos relatos descubrimos que no todos son inéditos. Algunos incluso han participando en concursos. Unos son breves, de una página, frente a los de 14, 16 o 22 páginas -en el caso de Corazón-. ¿Por qué este curioso maridaje?
J.L.M.: Estaban en mi ordenador, necesitaban reunirse en un libro todo lo que había escrito en formato corto relacionado con el amor, la pasión, el deseo. En efecto hay un par de microrrelatos, uno de ellos humorístico y el otro fantástico, que no llegan a un folio. Corazón, como dices, es el más largo y dio pie a una novela ya publicada titulada El corazón de Yacaré; no es la primera vez que considero que un relato merece convertirse en novela. Curiosamente, por su temática sacrificial, Corazón también podría estar relacionada con El centro del mundo.
G.V.: No podemos hablar de amor, del amor que recorren los relatos de Malditos amores, sin mencionar a los celos. “Los celos son en realidad una consecuencia del amor: os guste o no, existen”, decía Robert Louis Stevenson. ¿Qué opinión tienes de los celos a la luz de las nuevas generaciones, de las y los jóvenes y su manera de establecer el límite entre el amor y los celos?
J.L.M.: Pues veo que no hemos avanzado mucho, la verdad, y ahí siguen con su carga de negatividad. Por educación, yo pertenezco a la generación del mayo del 68 que en España llegó con un año de retraso, en el 69, a la cultura hippie y al anarquismo militante. En nuestro dogmatismo, considerábamos los celos como sentimientos pequeño burgueses a erradicar. Intentábamos no tener celos cuando la chica que nos gustaba estaba en brazos de otro. Lo asumíamos mentalmente, pero a nivel emocional no funcionaba lo teórico, aunque nos aguantábamos. En teoría, si realmente amamos a alguien y deseamos su felicidad no debería importarnos que estuviera con otro si eso iba a satisfacerle. El amor se interpreta como un intercambio: tú das pero exiges recibir a cambio. Los celos existen, no nos engañemos, y funcionan como tortura y como desencadenante de conflictos muchos de ellos incontrolables y violentos. Y creo que en ese tema, como en otros, hemos retrocedido, que muchos jóvenes consideran a sus parejas como propiedades, las marcan, son suyas.
G.V.: Me gustaría que nos comentases una frase extraída del relato El dedo perdido en el aire. “Nacemos y morimos un montón de veces hasta que morimos en el recuerdo de quien alguna vez fue importante, y ahí se acabó todo”.
J.L.M.: Es un concepto sobre el que constantemente doy vueltas, que vivimos un montón de vidas a lo largo de la vida, que el niño que fuimos, el adolescente, luego, casi no lo reconocemos desde nuestra perspectiva de adulto, es como un ser extraño que recuperamos, en parte, cuando miramos nuestras viejas fotos y se activan los recuerdos en nuestro cerebro. La vida es, también, las decisiones que tomamos y las que no tomamos, los trenes de que dejamos pasar y que ignoramos adónde nos habrían conducido. Yo he experimentado a lo largo de mis casi 70 años todas esas transformaciones mentales que han acompañado a las físicas. A todo ser vivo que razone le cuesta admitir el no estar en un momento determinado, el dejar de existir, y uno se plantea qué sentido tiene venir a este mundo si es algo temporal, y nos irrita lo mal que aprovechamos eso tan breve y preciado que es la vida que muchos literalmente dilapidan. Algunos se perpetúan con los hijos, porque la naturaleza nos pone esa trampa agradable para que procreemos, y en ellos podemos reconocernos; otros a través del arte. Yo aspiro a perpetuarme a través de los hijos, lo más importante, de los que me siento enormemente orgulloso, y con mis libros. Pero también vivimos y morimos en los recuerdos de otros. Mis padres, que fallecieron para mi desgracia hace muchos años (tenia 24 cuando me quedé sin padre), siguen vivos, de alguna forma, en mí, y morirán conmigo.
Malditos amores. José Luis Muñoz. Bohodón ediciones.
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