Quince llamadas perdidas. Entrevista a Rubén Abella

Rubén-AbellaComparto la entrevista que me concedió Rubén Abella (Valladolid, 1967) al hilo de su libro de relatos Quince llamadas perdidas (Algaida). Abella me habló del proceso de gestación del libro, del premio recibido por esta antología y de algunas curiosidades más. Agradecido al autor y, cómo no, a Cristian Romero por “contestar la llamada” y hacer posible esta entrevista.

P.: El título del libro coincide con el de uno de los relatos incluidos en él. Aprovecho para preguntarle por la génesis de estas quince piezas, no sé si a partir de aquel fueron surgiendo los demás o fueron llamadas independientes de las musas.

R.: El cuento “Quince llamadas perdidas” es una reelaboración de un microrrelato antiguo. Bebe, por tanto, de mi propia escritura. En cuanto a la génesis del conjunto, es difícil poner orden en el magma caótico que es, por lo general, el inicio de un proyecto creativo. A mi entender, hay dos formas de montar un libro de cuentos, ambas perfectamente legítimas. La primera, la más habitual, es por acumulación. Uno va escribiendo relatos y, cuando tiene suficientes, se los manda al editor. La segunda consiste en enhebrar las historias, hacer que funcionen de forma independiente y a la vez mantengan entre ellas nexos sustanciales, casi como si se estuviera construyendo una novela. Yo sólo sé escribir libros de relatos así y la culpa es de Sherwood Anderson, cuyo Winesburg, Ohio leí hace mucho tiempo y me marcó para siempre. He aplicado esta técnica no sólo aquí, sino también en Los ojos de los peces y, en menor medida, en No habría sido igual sin la lluvia.

   El primer cuento que escribí, creo recordar, fue “Escúchame, Claudia”. “Quince llamadas perdidas” vino más tarde, pero esos timbrazos sin respuesta me parecieron tan sugerentes, tan simbólicos, que acabé quitando dos relatos de la serie final de diecisiete para que la metáfora se extendiera a la totalidad del libro. Como todas las que he escrito, esta obra es fruto a partes iguales del instinto y la planificación, de la cabeza y las tripas.

P.: Si hay un escenario destacado en estas historias, ese es Madrid. Aunque algunas podían haber ocurrido en otro lugar, me gustaría que no hablase de esa elección concreta.

R.: Elegí Madrid como núcleo geográfico del libro por varias razones. Primero porque vivo allí y, junto con Valladolid, donde nací y a dónde viaja el protagonista de “Elefantes” después de atracar una farmacia en Chamberí, es la ciudad que más íntimamente conozco. Además, Madrid es uno de los elementos vertebradores —junto con las tramas, los temas o el estilo— que confieren unidad al conjunto. Es el monumental laberinto por el que deambulan desorientados los personajes, una especie de gran mesa de billar sobre la que sus vidas se cruzan y chocan y se dispersan. Madrid imprime sobre el conjunto la textura rugosa y, quiero creer, esperanzadora de las grandes urbes.

P.: He creído ver entre los temas que surcan estos relatos el de la impunidad, el peso de las decisiones o una reflexión sobre nuestros miedos en la sociedad actual. Mejor le doy línea para que nos hable sobre esos temas en Quince llamadas perdidas.

R.: Somos las decisiones que tomamos, lo cual queda sin duda reflejado en el libro. Y por lo general ninguna decisión sale gratis, al menos a la gente común, que somos casi todos. También flotan por estas páginas el miedo y la culpa, dos de los motores más potentes de nuestros actos. Los cuentos hablan de la soledad, de la incomunicación, del fracaso, de nuestros errores, de la inestabilidad de la existencia, muchas veces dentro del contexto de la familia. Sin embargo, no es un libro triste. Más bien al contrario. Lo que une a todos los personajes es que no son felices, pero luchan a brazo partido para serlo, a menudo equivocándose y haciendo daño a los demás o a sí mismos. Quien no haya estado nunca ahí, que tire la primera piedra. Esa batalla, la de hacer cuadrar las caóticas cuentas de la vida, es bella y heroica.

P.: En ocasiones, las antologías de relatos pueden leerse de manera independiente, aunque acostumbramos a empezar por el inicio, claro. En este caso, aconsejamos su lectura así, siguiendo el orden establecido. ¿Podemos decirles algo a los lectores sobre esta disposición?

R.: Una antología es una colección de piezas escogidas que no suelen guardar relación entre sí y, por lo tanto, pueden ser leídas en cualquier orden. Quince llamadas perdidas, en cambio, es una colección unitaria de cuentos entrelazados mediante un sistema de vasos comunicantes. Hay protagonistas que reaparecen como personajes secundarios en historias que no son las suyas. Hay hilos narrativos que se interrumpen para resurgir y resolverse varios cuentos más adelante, como ocurre con “Escúchame, Claudia” y “Por eso estoy aquí”. Hay acciones cuyos efectos se descubren en relatos distintos de aquellos en los que se llevan a cabo. Cada cual puede leer estos relatos en el orden que prefiera, faltaría más. Pero estoy con usted en que el placer lector será mayor si se respeta el orden en que aparecen en el libro.

P.: He seleccionado una frase de uno de los personajes para que nos la comente, si gusta. Es esa en “Por eso estoy aquí” en la que el protagonista reflexiona: “La gente no se da cuenta, pero ser profesor hoy día es tan estresante como ser bróker”. ¿Hay algo de crítica social en estos relatos?

R.: Decía Torrente Ballester que el escritor es aquel que sabe ver al mismo tiempo las dos caras de la luna. No hay luz sin sombra, y viceversa. A eso podría añadirse que la función del escritor, si es que tiene alguna, es observar el mundo y formular preguntas en sus obras, no contestarlas. Quince llamadas perdidas está lleno de preguntas sin respuesta acerca de la sociedad en que vivimos. Lo que dice Alfredo, el protagonista de “Por eso estoy aquí”, podría aplicarse en la actualidad a un sinfín de profesiones. El impetuoso —y a menudo descabezado— arribo de las nuevas tecnologías, la mala gestión y las exigencias del reinante clima ideológico han hecho que se dinamiten las fronteras entre la vida privada y la pública y que todos trabajemos mucho más de lo que trabajábamos antes por el mismo salario. ¿Es eso crítica social? Supongo que sí. Es, también, ver la cara oscura de la luna.

quince-llamadas-perdidasP.: Una de las características que he detectado en estos relatos es la sencillez en el lenguaje. Dicho sea desde lo virtuoso del estilo. Hay otras prosas más líricas, más metafóricas, más alambicadas. Pero en estas quince historias, la acción está sujeta a la trama y a los personajes. No sé si quiere comentarnos algo sobre esa importancia a la hora de transmitir una idea entre el autor y el lector.

R.: En narrativa no hay una jerarquía del estilo. Tan válido es el barroquismo selvático de Gabriel García Márquez como la esquelética esencialidad de Agota Kristof. Lo que cuenta es el decoro en su sentido retórico; es decir, la adecuación del lenguaje al género, al tema y a la condición de los personajes de una obra. En otras palabras: el ensamblado de la forma y el fondo. Yo busco la transparencia en la expresión y la hondura en el contenido.

   A mi estilo actual —el de Ictus y Quince llamadas perdidas— he llegado por un proceso de decantación, de despojamiento, similar al de muchos poetas y pintores. Poco a poco, libro tras libro, he ido erradicando de mi escritura todo elemento cosmético, toda palabra o frase que brille pero no queme. Me ha traído hasta aquí mi propio carácter —temo aburrir y quizás por ello tiendo a lo sustancial—, pero por el camino me han guiado otros escritores con los que, salvando las distancias, confluyo estéticamente. Hablo, por poner algún ejemplo, del Rulfo de Pedro Páramo, del Hemingway de “Colinas como elefantes blancos”, del Doctorow de Ragtime, del Chéjov de “Enemigos” o del Faulkner de Mientras agonizo y “Una rosa para Emily”.

Al contrario de lo que mucha gente cree, detrás de la transparencia hay siempre mucho trabajo. En sus cartas y diarios, Kafka —poseedor de uno de los estilos más cristalinos que ha dado la literatura— comenta a menudo lo que cuesta —y el placer que da— escribir una frase perfecta. En una carta a Paul Auster, Coetzee dice que el lector nunca debe sospechar las horas de intensa labor que se esconden tras un párrafo nítido. La claridad requiere oficio.

P.: Quince llamadas perdidas ha merecido el LV Premio Literario Kutxa Ciudad de San Sebastián, en la modalidad de libro de relatos en castellano. Háblenos acerca de lo que cree que representa un premio para una obra, para esa labor de promoción y difusión de la lectura en estos tiempos de entretenimiento multimedia… Los libros ¿no parecen a veces una llamada perdida en las mesas de las librerías o de las ferias de libros?

R.: Los premios dan alegría y visibilidad. Gracias a ellos mis ficciones han captado la atención de lectores que, de otra forma, quizás no habrían llegado hasta ellas. Pero ganar premios no basta para salir adelante en el cada vez más complejo y saturado mundo de la edición actual. Cada año se publican en España alrededor de ochenta mil libros. Que el tuyo no se pierda en la avalancha depende de muchos factores. Que tu editorial crea en él y ponga toda la carne en el asador a la hora de promocionarlo —no siempre es así—. Que el autor haga lo propio —el peso de la difusión cae cada vez más sobre nuestras espaldas—. Que nuestro “perfil” y el de nuestra obra cumplan con las exigencias ideológicas y estéticas del momento. Que el libro sea bueno —no siempre determinante—. Que los astros estén de tu lado… Y luego, claro, está la competencia de lo visual. Todo libro, esté donde esté, es una llamada perdida. Pero hay que seguir llamando: no queda otra.

Rubén Abella es doctor en Filología Inglesa por la Universidad de La Rioja y ha cursado estudios de postgrado en las universidades de Tulane (Nueva Orleans, Estados Unidos) y Adelaida (Australia). Su primera novela, La sombra del escapista, recibió en 2002 el Premio de Narrativa Torrente Ballester y con su segunda, El libro del amor esquivo, resultó finalista del Premio Nadal en 2009. En 2007 No habría sido igual sin la lluvia mereció el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos, feliz incursión en el género del microrrelato que quedó revalidada en 2010 con Los ojos de los peces. Sus tres últimas novelas son Baruc en el río (2011), California (2015) e Ictus (2020). Rubén Abella compagina la escritura con la fotografía y la docencia. Ha impartido cursos y conferencias sobre diversas materias en universidades de todo el mundo y es profesor de la Escuela de Escritores y de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.

Quince llamadas perdidas. Rubén Abella. Algaida.

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Jaque al peón, entrevista a Francisco Núñez Roldán.

 Foto: https://www.rubenabella.net/biografia/

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