Concierto de los Pixies en Madrid, una de las dos únicas dos fechas en España. Hay que recordar que la banda de Boston acaba de publicar un Ep con cuatro temas nuevos, después de muchos años sin grabar nada, y cuenta con una nueva bajista, Kim Shattuck, sustituyendo a la carismática Kim Deal.

Esta multitud de ingredientes creaban una expectación informativa alta dentro del panorama de la escena alternativa, aunque realmente supusieran algo accesorio para la mayoría de los asistentes, que habían agotado las entradas de los dos conciertos programados desde hacía meses y que solo añoraban ver al grupo que marco su “educación musical”.

Conforme uno se iba acercando a la Riviera se notaba en el ambiente que se trataba de un día grande: los bares cercanos estaban abarrotados, había grandes colas para entrar a la sala, gente buscando una entrada desesperadamente, alegría desbordante en los rostros del público, nerviosismo, todo estaba preparados para recibir a uno de los grandes grupos del rock alternativo.

Pocos minutos después de las nueve, retrasándose el tiempo justo para empezar a provocar la impaciencia del auditorio, salían al escenario los idolatrados Pixies. A la izquierda Joey Santiago con su guitarra, a la derecha la bajista Kim Sahttuck, detrás David Lovering a la batería y, como maestro de ceremonias, Black Francis en el centro. Un griterío ensordecedor acompañó su salida, el mito se hacía realidad y provocaba la catarsis entre sus seguidores.

Apenas comenzaron a sonar las primeras notas de Cactus empezaron los saltos, el sudor, los gritos; el grupo sonaba muy bien, seguro, quizás demasiado, aunque sin apretar el acelerador, dejándose llevar por la experiencia, aumentando poco a poco la intensidad en un primer bloque de canciones que terminó con “Here comes your man” y “La La love you”.  La belleza de estos dos temas, tocados de manera excepcional, hacían soñar con una noche inolvidable. A partir de este punto el concierto perdió vistosidad, se fue haciendo cada vez más plano; a pesar de la entrega y la ilusión del respetable, una especie de distancia empezó a abrirse entre ellos y la banda de Boston, aunque canciones como “Isla de Encanta”, “Velouria” o “Havalina” suponían pequeños chispazos que volvían a enardecer los ánimos. Parecía que algo faltaba, la gente empezó a charlar, el flujo de asistentes que iban a pedir bebida aumentó muchísimo, el enardecimiento del público fue disminuyendo y el hechizo de ver de nuevo al mito se rompía definitivamente.

Continuó la sucesión de canciones que gustaban pero no apasionaban y poco a poco el final se iba acercando. Pero afortunadamente quedaba la guinda del pastel. “Where is my mind?” comenzó a sonar y la locura del principio del concierto volvió a desatarse, todo el público hacía los coros con total entrega en lo que fue el momento más brillante de la noche. Después llegó el turno de “Caribou”, antes del bis. Tras una pausa, más larga de lo habitual, el grupo volvía a salir a escena para tocar un bis que no terminó de cuajar, reafirmando la sensación de que haber asistido a un buen concierto al que le faltó algo más de emción por parte del grupo.

Texto: Rogelio Vázquez

Foto: Live Nation

 

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