El frío calaba nuestros huesos. La respiración entrecortada de mi aprendiz era el único sonido que parecía acompañarnos aquella tarde de octubre. Incluso el viento parecía mantener su hálito suspendido en tensa espera mientras avanzábamos entre los árboles mortecinos.

En aquel lugar ni siquiera nuestras sombras parecían sentirse cómodas y se alargaban hacia el horizonte intentando arañar con sus espectrales dedos como deseando escapar.

Avanzamos por un tortuoso camino mientras la luz otoñal se extinguía, emitiendo un quejido herrumbroso que casi parecía real… no un momento… ¡era real! Mi joven amigo y yo miramos con intriga y temor en la dirección de los gritos y sollozos que parecían proceder de ultratumba. Arrastrados por una fuerza invisible avanzamos con presteza hacia delante.

No tardamos mucho en llegar ante unas verjas devoradas por la hiedra. No parecía haber nadie alrededor y las puertas abiertas nos invitaban a pasar. Avanzamos entre las sombras mientras nuestra visión se acostumbraba a la penumbra.

Las formas que se recortaban entre la maleza resultaron ser decenas… ¡cientos de lápidas! Y entre ellas la silueta de lo que en su tiempo fuera una mujer comenzó a surgir penosamente, emitiendo unos aterradores gemidos. Con sumano en descomposiciónnosinvitó a seguirla. El temor se apoderó de nosotros, el raciocinio nos abandonó y llegamos hasta un VIEJO CASERÓN. La presencia de un horripilante y gigantesco ser esquelético al que llamaban NECROMANCER hizo que nuestra mente se derrumbara y caímos inconscientes.

No sabría decir cuánto tiempo pasamos en ese estado. El tacto áspero y la respiración fría de unos zombis nos despertó. Nos encontrábamos en un lugar oscuro, donde la luz del sol no había entrado durante años, reinaba un aire denso y penetrante, los muebles estaban cubiertos de polvo y telas de arañas. Tan solo pudimos vislumbrar unos nichos en las paredes. Parecía que estábamos en un viejo MAUSOLEO. Cerramos los ojos, pero no conseguíamos apartar aquellas sombras de nuestras cabezas. Nos sentíamos rodeados por unas criaturas con garras inmundas que rozaban y susurraban nuestros oídos con palabras en alguna clase de lenguaje demoníaco.

Sentí un deseo imperioso de salir. Tambaleándonos conseguimos ponernos en pie. Me guié por un sonido apagado que a veces parecía aproximarse y alejarse de nosotros. Finalmente encontramos la salida de aquel laberinto y conseguimos escapar de aquella estancia atroz. Cuando nuestros ojos se acostumbraron de nuevo a la luz de la noche nos quedamos petrificados. El ruido que nos guiaba se había materializado ante nosotros en forma imponente y vertiginosa montaña rusa.

En realidad durante todo ese tiempo habíamos estado en el Parque de Atracciones de Madrid. Nada era lo que parecía, se trataba de la 22ª edición de Halloween, posiblemente una de las  más aterradora hasta la fecha.

Si se atreven a experimentarlo como nosotros, ya sea para probarse a sí mismos o a los demás que no se asustan con nada, con la posibilidad de disfrutar de una cena de miedo en Mesón del Caserón y tomarse una copa en el Palenque y para pasar una noche divertida, tienen la oportunidad de hacerlo hasta el 1 de noviembre en El Parque de Atracciones de Madrid.

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  El frío calaba nuestros huesos. La respiración entrecortada de mi aprendiz era el único sonido que parecía acompañarnos aquella tarde de octubre. Incluso el viento parecía mantener su hálito suspendido en tensa espera mientras avanzábamos entre los árboles mortecinos. En aquel lugar ni siquiera nuestras sombras parecían sentirse cómodas y...