Crítica ópera: «Macbeth», Teatro Real.
En vísperas del 200 aniversario del nacimiento de Verdi, los templos de la ópera se afanan en programar títulos del maestro italiano. El Real nos trae este Macbeth, que es una producción conjunta de la Ópera de Novosibirsk —donde se estrenó, con gran éxito en 2008— y de la Opéra national de Paris, donde subió a escena en 2009. La dirección musical en este montaje corre a cargo de Teodor Currentzis y la escena a cargo de Dmitri Tcherniakov.
En esta ópera, estrenada en 1847, Verdi distribuye en cuatro actos la historia de la tragedia homónima de Shakespeare. El libreto es obra de Francesco Maria Piave y Andrea Maffei y supuso en su momento un duro trabajo dada la alta exigencia que solicitaba Verdi para el texto, lo que provocó enfrentamientos entre el compositor y los letristas, especialmente con Piave.
Verdi quería para su Lady Macbeth una cantante que fuese grosera de aspecto y no tuviese una voz notable, todo ello para que pudiese resultar creíble en piel de la malvada protagonista. Para esta ocasión no se han seguido los deseos del maestro, y la soprano Violeta Urmana nos deja una notable interpretación de la pérfida Lady Macbeth, con momentos bastante aplaudidos por la au
diencia y otros un poco deslucidos, como la escena del sonambulismo. El barítono Dimitris Tiliakos dibuja con oficio el personaje principal de la obra, Macbeth, aunque flaquea en alguno de los momentos que le exigen más dramatismo. Habría que destacar también a Stefano Secco, el tenor que interpreta a Macduff, quien junta el valor para revelarse contra el rey usurpador en una “La paterna mano” sublime. En este Macbeth, el Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo) tiene gran protagonismo y completa con acierto sus varias e importantes intervenciones.
En lo musical, hay que reconocer la gran labor de la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) a la que Teodor Currentzis saca muy buen rendimiento en la interpretación de esta partitura.
Lo más polémico de esta obra ha resultado su propuesta escénica. El debate estaba servido desde la rueda de prensa en la que Gerard Mortier, el controvertido director artístico del Real, dijese que este montaje estaba creado “para un público inteligente”. Lo cierto es que Tcherniakov despista con esta propuesta escénica. Para empezar, le da una vuelta a la ambientación clásica y ubica la obra en un entorno urbano que bien podría ser una ciudad soviética en pleno estalinismo, lejos de la Escocia del siglo XI del original. La acción se desarrolla en dos ubicaciones espaciales: la plaza de la localidad, flanqueada por unas sobrias viviendas y cubierta de bruma, y una sencilla estancia de la residencia de los Macbeth. Para alternar ambas ubicaciones, se emplea unas enormes proyecciones similares a google maps.
Bajo estas premisas, Tcherniakov sustituye a la realeza por una burguesía de medio pelo (a juzgar por el interior de la estancia de los Macbeth), presenta el alzamiento por parte de Macduff como un revolución proletaria y transforma a las brujas —que con sus premoniciones precipitan la escalada de crímenes cometida por Macbeth— en la idea de pueblo, colectividad de la localidad donde se ubica la acción. Omitido pues todo componente fantástico de la tragedia original shakesperiana, el realismo impuesto por Tcherniakov acaba por aplastar también los matices que dan volumen a la obra e hilvanan la tensión dramática y hace que por momentos el texto interpretado y la acción que trascurre en el escenario se separen peligrosamente. Es difícil salir indemne de una reinterpretación tan grande de un clásico como Macbeth y, lamentablemente, esta no ha sido una de ellas.
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