Mercedes Abad (Barcelona, 1961) me concede una simpatiquísima entrevista tras publicar recientemente La niña gorda (Paginas de espuma, 2014). Abad ha publicado varios libros de relatos, entre ellos ‘Ligeros libertinajes sabáticos’ (Premio de narrativa erótica La sonrisa vertical 1986) o ‘Amigos y fantasmas’ (2004, Premio Mario Vargas Llosa); dos novelas, ‘Sangre’ (2000) y ‘El vecino de abajo’ (2007), y un ensayo juguetón y humorístico, ‘Sólo dime dónde lo hacemos’ (1991). Además, es autora de diversas obras de teatro y de adaptaciones.

Susana se pregunta a veces si la conciencia de su fealdad la afea aún más, ¿a veces hay que vivir sin tanta autoexigencia?

Sí, claro, si no te miraras al espejo y si no estuviera la mirada del otro no habría gordos, no habría feos; pero claro, es la mirada del otro y el espejo el que nos devuelve nuestra incorrección estética, nuestra inadecuación. Los niños lo descubren muy pronto, Enseguida saben que es mejor ser guapo que feo y si eres guapo o feo, y no tanto por tus compañeros de edad, que también, pero los adultos también te lo marcan… Mi madre me había dicho un montón de veces: ‘tu mayor belleza es tu pelo.’ La presión social no solo es la de los niños que son crueles, también los adultos.

Susana Mur se define como una ‘neurótica frágil y efervescente, colérica, bulliciosa e impredecible.’

Si, así es ella, tiene un par de rasgos míos. Un par, pero no todos, solo lo de colérica; efervescente y colérica, yo diría… (Risas). Lo de impredecible también, son tres.

Las razones que le han llevado a escribir este libro, ¿no serán quitarse o aligerarse de algún recuerdo infantil?

Absolutamente, absolutamente; es decir, a ver si me quito a la niña gorda de encima. La niña gorda c’est moi. Como dice un alumno mío: son unas memorias obesas, de niña obesa. Con todo lo que significa haber sido una niña gorda en un momento de formación de la personalidad y de la identidad, ese difícil tránsito de la infancia a la pubertad, a la adolescencia y a la juventud, que es difícil aunque no seas una niña gorda. Y, bueno, ahí está todo el dolor, las humillaciones, las afrentas, los agravios recibidos por ser diferente, y entonces esa soledad de la niña, claro, que aparece casi como un refugio. O sea, la soledad está muy bien, porque en soledad no recibes ese sentimiento, no se alimenta ese sentimiento terrible de exclusión. Cuando sale la niña al ruedo cree que jamás gustará a los niños, y ve que las amigas también la marginan, la excluyen de un modo sibilino y sutil. Pero de algún modo yo creo que se habla de gordura… A parte, casi cualquiera ha sido un niño gordo, es decir: el niño gafotas, el tímido, al que le sudan las manos, el que huele a no sé qué, el afeminado… Todos tenemos algo que nos hace, de pronto, un apestado social.

¿Algo así a como quedarse de pronto sin trabajo?

Hoy en día no tener trabajo yo creo que es la peor gordura, porque engorda mucho ser pobre, claro, engorda mucho porque aparte de a base de patatas, arroz, de guisotes, con materiales baratos, o sea, la comida que no engorda es la cara precisamente. Todos somos niños gordos.

‘Mi problema o mi salvación, según se mire, siempre ha sido que no sé vomitar’, piensa Susana, si no será una evidencia de su ‘tozudo apego a la vida’.

Eso es absolutamente autobiográfico, yo no sé vomitar. O sea, cuando vomito es que estoy muy al límite de que me lleven a urgencias; no puedo vomitar. Lo cual, supongo que me ha librado de la anorexia. De todos modos, cuando yo era pequeña, un problema tan dramático como la anoxia o no se hablaba o no existía, o no estaba diagnosticado o no existía; y si no estaba diagnosticado probablemente es porque no era el problema social que puede haber sido estos últimos años. Pero, efectivamente, yo creo que es mi tozudo apego a la vida y mi amor a la comida. Mi amor absoluto a la comida, soy una tragaldabas, y encima no soy solo tragaldabas, sino que retengo y memorizo, recuerdo muy bien cuando y si lo que como es bueno y me impresiona y disfruto. Los sabores se almacenan en mi memoria como la magdalena de Proust.

Que por cierto de alguna forma sale en el libro, pero no quiero desvelar más.

Exacto.

‘Siempre hay la misma cantidad de poder –piensa Susana–, lo que tu ganas hay alguien que lo pierde.’

Evidentemente, Susana descubre, en el primer cuento además, las relaciones de poder; ella está haciendo el tránsito, cuando su madre la lleva al endocrino descubre que ella tiene mala conciencia, y que en su conciencia, para calmarla, es capaz de hacer cualquier cosa, lo que la convierte en manipulable, ahí está descubriendo las relaciones de poder. Claro, el poder entre tú y yo siempre es el mismo, y el que lo tiene lo tiene entero, el poder no es algo que se reparta tan equitativamente: o lo tienes tú o lo tengo yo. No es como la posesión de pelota de un partido de futbol, que uno tiene el 48% y el otro el 52%; no, el que lo tiene lo tiene y somete al otro.

Muchas gracias y mucha suerte, Mercedes.

La niña gorda, por Mercedes Abad.

Editorial Páginas de espuma, 2014.

Ginés J. VeraEntrevistaLiteratura
Mercedes Abad (Barcelona, 1961) me concede una simpatiquísima entrevista tras publicar recientemente La niña gorda (Paginas de espuma, 2014). Abad ha publicado varios libros de relatos, entre ellos ‘Ligeros libertinajes sabáticos’ (Premio de narrativa erótica La sonrisa vertical 1986) o ‘Amigos y fantasmas’ (2004, Premio Mario Vargas Llosa); dos...