Experiencias. Una autentica cura de humildad y flecha directa al alma desde el corazón de Asia, donde las elevadas cumbres sirven de marco incomparable para una cultura rica y brillante desde su gran sencillez. Contrastes por doquier, supone una escapada de nuestra anquilosada mente occidental.

Kathmandu y su desorganizado caos no siempre dan la mejor bienvenida posible dado su marcado carácter turístico, pero lo mejor esta siempre por llegar. Similar en forma y contenido a las aglomeradas y sucias grandes ciudades indias, los numerosos templos y lugares sagrados consiguen mitigar en gran parte la primera impresión de una ciudad que parece hecha a medida para alimentar los numerosos y no siempre lícitos vicios de los visitantes que aterrizan en ella.

El primer movimiento fue claro, tras una noche de reconocimiento y no muchas horas de sueño, huida madrugadora de la ciudad-colonia hacia Pokhara, la joya del oeste, donde llegaríamos 7 divertidas horas de viaje en bus después. El viaje no fue el mas confortable del mundo, pero ya por la atestada carretera atravesábamos el gran valle del rio Trishuli, con ya el autentico Nepal a nuestros pies y la ciudad de los 7 lagos al final del viaje. A la sombra del Himalaya todo se ve diferente, aunque las montañas estuviesen ocultas a nuestra llegada por las nubes típicas de esta época del año; se inspiraba en el aire que por fin estábamos en un lugar diferente y evocador, y la búsqueda de una guesthouse económica y los preparativos y ultimas compras del trekking (regateos mortales mediante) ocuparon el resto de un día que solo era premonitorio de lo que vendría al siguiente amanecer. Aun nos quedo tiempo para un curioso directo de «reggae» en la tercera planta de un bar de Pokhara, curioso porque ni los Beatles ni The Cure son reggae, pero nos declaramos satisfechos con la jornada.

Preparativos, desayuno fuerte y taxi hacia Nayapul, donde comenzaría el trekking que nos introduciría en el corazón del Annapurna Conservation Area, lugar que pasaría a ser un paraíso personal. Desde el inicio y tras pasar los controles pertinentes, la sensación de perderse en la naturaleza y en una sociedad tan diferente abruma a uno, hasta el punto de perder la noción del tiempo ensimismado en la contemplación de tan curiosas gentes y parajes y avanzando por un fastuoso valles siempre en dirección ascendente. Las ultimas 2 horas del día supusieron unas escaleras interminables de 400 metros en altura vertical , autentico suplicio pero mágico por la conexión ya alcanzada con tantos compañeros a lo largo del camino, conversaciones internacionales con los que iban a ser nuestros amigos durante 4 días de paseo. La llegada a Ulleri (1950 m), con los aplausos recibiendo a los que progresivamente y con esfuerzo daban sus últimos pasos del día, era el final perfecto,siempre acompañado de una cerveza Everest (650 ml de pura potencia sherpa) bien fría como justo premio a las horas de camino realizadas.

Al segundo día, las agujetas y la concepción del pequeño zulo donde dormíamos por 200 rupias se convirtió en impagable al salir a la terraza lateral del alojamiento y repentinamente encontrarnos frente a la cima del Annapurna Este asomando entre montañas menores mas cercanas, una majestuosa y brillante perla blanca que servia de anticipo de lo que estaba por llegar. Se  renovaron las fuerzas y desaparecieron las agujetas con esa visión, y ademas la caminata hacia Ghorepani (2750 m) fue mucho mas relajada que la del día anterior, con sus incontables  y escarpados escalones. Nada por el estilo, 4 horas muy amenas entre las sobras de la vegetación, recorriendo incontables ríos y riachuelos por terreno fácil y disfrutando de la belleza que nos rodeaba. La llegada a Ghorepani careció del carácter épico del primer día, pero nos llevó a un bello alojamiento en la parte baja del pueblo, en una bella localización, con todas las comodidades (Wifi!) y cómo no, a un precio irrisorio. Ademas, muchos compañeros compartiamos lugar para dormir, pues este pueblo es siempre elegido como punto de sueño para tomar el amanecer del día siguiente la colina Hill, final del trekking mas simple y transitado de la zona, sin olvidar que ningún trek en el Himalaya puede ser considerado como simple. Aun yendo a la mañana siguiente, habíamos llegado muy pronto a la meta de la jornada, y con hambre de más y acompañados por un compañero neozelandés visitamos Poon Hill al atardecer para contemplar un espectáculo de nubes digno de mención, aunque éstas tapasen las perseguidas cumbres, que esperarían a la mañana siguiente.

Nunca un despertador dio tanta guerra como el de aquella infausta mañana donde debíamos despertarnos a las 4:45 para tener tiempo de recorrer los 300 metros de altitud que nos separaban de la colina Poon. Que sonase a las 5:45 llevó a una carrera desenfrenada con el estomago vació por un camino que pareció mucho mas duro que siendo recorrido la tarde anterior sin prisa, y al borde del agotamiento, profundamente mareado, alcancé a ver el sol salir iluminando las cimas de los Annapurnas, el Dhaulagiri… Aunque un poco frenadas por el centenar de turistas, porteadores y guías presentes, no puedo describir con palabras las sensaciones de contemplar las increíbles cimas en toda su plenitud, por fin en persona, tras leer tantas historias y libros repletos de victorias y derrotas, de heroísmo, de tragedia y de experiencias al filo de la muerte, y al mismo tiempo, repletas de la mas pura vida. Las imágenes y los documentales engañan, son mas bonitas todavía, salvajes y hostiles pero bellas, antinaturalmente bellas. Entendí a Mallory y tantos otros, creía que los entendía, pero contemplando el Annapurna los entendí en su totalidad.

Pero tocaba descender de vuelta a Ghorepani, y el resto de la jornada prometía durísima. Tras reponer fuerzas con un desayuno de reyes y recoger el macuto, tocaba alejarse de la concurrida ruta de Poon Hill y adentrarse en la verdadera naturaleza plena del Himalaya hacia Tadapani. Mas escalones hacia el punto mas alto de nuestro trek, 3275 metros, por verdes cumbres que se elevaban sobre valles cuyas dimensiones el ojo humano no alcanzaba a comprender, y la sensación de perdernos, alejándonos del «trek social» de la concurrida ruta principal de los primeros 2 días y adentrándonos en una experiencia mucho mas personal, únicamente Mundi, mi infatigable compañero, mi bastón de viaje y las botas que se adentraban sin parar en el mundo, subir y bajar, subir y bajar sin detenerse. Mas valles, franqueados por bellas cascadas y acantilados desplomados de grandes dimensiones, donde la mente se entretenía buscando vías dignas de Honnold o Sharma. El ultimo descomunal valle que atravesamos fue una dura prueba de fortaleza mental, pero la promesa del cercano final del día tras la ascensión fue suficiente para resistir, aparte del ejemplo de una trekkera gala que ya había alcanzado el alojamiento y, tras dejar el macuto, volvió sobre sus pasos para buscar a su amiga que iba por detrás nuestra y cargar con su macuto, ayudándola a avanzar con mas presteza. Sabíamos que esta chica estaba entrenada en los Alpes, pero sobran comentarios, llegaron juntas 2 horas después y pretendían continuar un de pueblos mas ese mismo día. Chapeau.

Tadapani (2540 m), balcón a la cordillera, fue digno refugio e incomparable mirador de las blancas cimas, gracias a un atardecer y una noche muy despejada, por no hablar de un fastuoso amanecer que contemplé en solitario en un lodge en lo mas alto del pueblo y que guardaré en la memoria por el resto de mis días. A veces, desde luego, las palabras no bastan.

Últimos 2 días o ultimo día, esa era la duda. Al final nos decidimos por forzar la maquina e intentar reducir 2 jornadas de viaje en una sola para poder tener tiempo de visitar el mirador de Sarangkot. Quizás un error por parte de unos valientes y locos novatos, pues bajamos casi 1700 metros de altitud en un día extenuante, aunque con unas muy agradables primeras horas gracias a las grandes vistas de las montañas en todo su esplendor hasta que las nubes las taparan a mediodía. A partir de ese punto, y sobre todo a partir de Ghandruk (1950 m), gran pueblo que conduce a la ruta hacia el Annapurna Base Camp, comenzó el sufrimiento y la fatiga, toda una demostración bien gráfica de que puede ser mas fatigoso bajar que subir, especialmente con una dosis de sol potente en la nuca. La falta de sombra y la sequedad del ambiente tras abandonar los verdes senderos montañosos  pasaron factura, y clamé al cielo una y mil veces por no haber traído conmigo una gorra o sombrero. Calor angustioso, sin una misera sombra y al borde mismo de la insolación, puedo decir con total seguridad que es mi mayor demostración de resistencia física y mental, realmente no alcanzo a comprender como llegue a los controles, al final de camino y al taxi. Al final, pena y sufrimientos valdrían la pena, pues dormiríamos en el fastuoso mirador de Sarangkot,  desde donde mi amigo cumpliría un sueño y a la mañana siguiente volaría en parapente sobre la ciudad de Pokhara.

Una experiencia única, y un sueño cumplido, con la promesa de regresar en 2015 si es posible y alcanzar los 4095 metros del campo base del Annapurna. Hasta entonces, guardaré el recuerdo de 4 días intensos y mágicos compartidos con Mundi, mi amigo y hermano extremeño de angustias, avanzando escalón a escalón y alcanzando cimas físicas y, sobre todo, psicológicas. Con una sonrisa me despedí de mis cumbres, pero hasta muy pronto. Namasté.

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Experiencias. Una autentica cura de humildad y flecha directa al alma desde el corazón de Asia, donde las elevadas cumbres sirven de marco incomparable para una cultura rica y brillante desde su gran sencillez. Contrastes por doquier, supone una escapada de nuestra anquilosada mente occidental. Kathmandu y su desorganizado caos...